[Der Spiegelmensch]. Trilogía dramática de Franz Werfel (1890-1945), publicada en 1920. La concepción es ésta: el hombre que ve su imagen reflejada en el espejo, tiene tres posibilidades de visión, según sea su valor: la primera, más vulgar, es aquella que le hace ver en el espejo y en el mundo sólo al propio yo; este hombre, en su torpeza, jamás podrá comprender el sentido profundo de la vida. La segunda visión es la de la escisión del individuo, gracias a la que en el hombre reflejado en el espejo ve a otro «yo», diferente del suyo, que le toma la delantera y le arrastra hasta la culpa; cuando el yo mejor escoge libremente la muerte como expiación, su enemigo queda vencido; el hombre sin más escisiones, reconoce en todo cuanto le circunda no a otro «yo», sino a un «tú» y ama.
El hombre de la tercera visión, no tiene necesidad de ser redimido, porque él mismo es sobre la tierra su redentor. El protagonista de la trilogía, Thamal, sometido a la prueba del espejo, se reconoce nacido para la segunda visión: dispara contra su propia imagen que como un mono le mira en el espejo, y surge de éste una especie de espíritu loco, que le acompañará a través de toda la vida como su segundo yo, caricatura de sí mismo, mefistofélico espíritu tentador. Este espíritu triunfa primero sobre él induciéndole a toda clase de delitos. Pero tras de los dos camina un monje con las disciplinas y ésta es la salvación de Thamal, el cual, a la vista de éstas comprende poco a poco sus culpas, quiere expiarlas y pronuncia él mismo ante el juez su propia condena a muerte. De este modo se libera del «hombre del espejo» que, derrotado, desaparece en la nada. Todo se revela por fin como un sueño simbólico y Thamal busca su paz en la soledad de un convento, ingresando en una orden monástica y dedicándose a la contemplación de Dios. Este drama, del mismo tono que el Fausto, contrapone a la gravedad del problema— superación de la escisión del propio yo — el humorismo centelleante de inagotables hallazgos cómicos del mefistofélico «hombre del espejo», y es la obra más representativa del período expresionista en la producción juvenil de Werfel.
Tal período comenzó en 1914 con un arreglo libre de Las Troyanas (v.) [Die Troerinnen] de Eurípides, en el que el personaje de Hécuba (v.) quiere encarnar el dolor de todas las mujeres que lloran a sus caídos en la guerra y protestar contra ésta. El mundo estaba, en efecto, en vísperas de la primera guerra mundial y el poeta sentía la necesidad de amonestar proféticamente, presentando, no ya problemas psicológicos individuales, sino tipos, «personas» en el sentido antiguo, con la máscara sobre el rostro, que colocasen a la humanidad frente a sí misma. Tal era el carácter del expresionismo teatral, al que Werfel se adhirió, introduciendo también, en el Spiegelmensch, el psicoanálisis freudiano con el poder del subconsciente, y un lenguaje escénico de giros, exclamaciones, éxtasis, monólogos, típicamente expresionistas. Con esta obra se cierra, sin embargo, la fase expresionista de Werfel — el drama El taciturno [Der Schweiger], de escasa Importancia, marca el paso de la primera a la segunda manera, representada por Juárez y Maximiliano (v.) —; el modo expresionista aflorará sin embargo en sus dos últimas obras: Jacobowsky y el coronel (v.) en el campo del teatro, y La estrella de los no nacidos (v.) en el de la novela.
C. Baseggio-E. Rosenfeld