[Der Staatshämorrhoidarius]. Representación caricaturesca del burócrata: texto y dibujos del conde Franz Pocci (1807-1876), poeta bávaro de origen italiano, publicada, primero, en fragmentos independientes, en la revista «Fliegende Blätter» (v.), entre 1844 — año de fundación de la revista — y 1856; recogida en un volumen, siguiendo orden biográfico progresivo, en 1875; reeditada en 1927. Hijo de un «K. Landgerichtsregistraturfunktionärgehilfenssubstituten» (R. sustituto del ayudante del funcionario de la cancillería del Tribunal del Estado), el «predestinado futuro miembro de las falanges burocráticas» y «representante del elemento del balduque» que responde al raro nombre de «Maier», ha terminado brillantemente sus estudios, teniendo siempre presentes «sus puros ideales» — «la mesa del empleado por cuyos expedientes se expande la felicidad para los hombres; el tintero, por cuya profundidad se adquiere la sabiduría para el gobierno del Estado; la petaca, que despierta y anima el espíritu, estimula la actividad del cerebro, libera de todas las dudas» —; al fin ha alcanzado su meta, en medio de montañas de papelotes, sobre una sólida poltrona, con los lentes montados sobre la nariz, con la pluma de punta de acero en una mano y la petaca en la otra, con el tintero delante, a la derecha, y los sellos del negociado a la izquierda.
De escalón en escalón, Pocci le sigue en su carrera, así como de episodio en episodio en las diversas aventuras de su vida; le hace tratar sus «males inferiores» primero en un establecimiento de baños, luego con ejercicios hípicos, más tarde con diversas curas hidroterápicas; y al mismo tiempo describe también sus «sueños cada vez más ambiciosos»; en sueños le hace entrar en el «cielo de la ley», donde los grandes jurisconsultos del pasado, «desde Cicerón hasta Justiniano y Krestschmaier» avanzan llevando el «Corpus iuris» en solemne cortejo de honor; en sueños le hace satisfacer nada menos que la síntesis de todas sus «pequeñas esperanzas inconfesadas» — una lejana, lejanísima cartera de ministro —; en determinado momento incluso le hace ascender en sus propios sueños a tan alta fama que llega a enviarle a Turquía, donde, tocado con el turbante se ve convertido en cadí y obtiene una audiencia con el sultán; cuando vuelve a su patria, sus colegas — polizontes y conserjes al frente — salen a su encuentro en pelotón para rendirle honores. Tampoco faltan, naturalmente, las páginas amargas: como cuando contrae una fiebre gástrica que le obliga a pasar un verano en la montaña, con amenas aventuras de danza y vagas conquistas de Don Juan alpinista. Tampoco faltan los peligros: pues entre tanto ha llegado el 48 con su revolución, y las revoluciones, como todos saben, son muy incómodas para los funcionarios del Estado; también nuestro héroe corre sus aventuras: después de haber dudado mucho tiempo, se decide inesperadamente a salir él también a la calle para hacer barricadas; pero se gana una pedrada que lo deja desvanecido, con un gran chichón en la frente y con una «commotio cerebri» en el cráneo; cuando, al fin, convaleciente, vuelve a la oficina, no sólo se encuentra sepultado bajo una avalancha de «atrasos», sino sospechoso de radicalismo ante sus superiores: y el resultado final es que, después de haber conocido la cárcel como «reaccionario», la conoce otra vez bajo el nuevo régimen como «liberal».
Con todo ello continúa su camino, asciende lentamente, cada vez con cargos más altos y más elevadas órdenes caballerescas que adornan su uniforme. Lo único verdaderamente triste es la vejez; pues mientras él envejece, la vida va aportando, en cambio, nuevas situaciones; una caricatura nos lo presenta en ropa interior y gorro de dormir con la borla, mientras, con la cabeza inclinada y la pluma en la oreja, medita melancólicamente sobre una nueva ley que pretende separar la ordenación judicial de la administrativa: «¡Novedades de esta clase en mis viejos días!» De los «Fliegende Blätter» salieron numerosas figuras que se han hecho proverbiales en alemania: la más célebre es la de Biedermeier (v.); también El hemorroico de Estado es de las que han tenido más larga vida.
G. Gabeti