El Guardián del Norte, A. Cramer

[Der nordische Aufseher]. Revista moral alema­na, publicada en Copenhague por A. Cramer entre 1758 y 1762, según el modelo del inglés «Guardian» de Steele. Entre los cen­tenares de revistas análogas cuya publica­ción provocó el «Spectator» (v.) de Addison, ésta tuvo en la historia de la literatura germánica una particular importancia, por­que estuvo vinculada a uno de los períodos más fecundos de la actividad poética de Klopstock. Llamado en 1751 a Dinamarca por el rey Federico V, a propuesta del mi­nistro Bernstorff, Klopstock, ya célebre por la publicación de la primera parte del Me­sías (v.), llegó a ser en seguida el centro de un pequeño mundo, vuelto espiritual­mente hacia alemania y con la intención de divulgar — con respecto a alemania y a los países escandinavos — el arte del Nor­te. El «Guardián del Norte» fue su órgano, y Klopstock publicó en él ya en 1759 — jun­to con otras composiciones en verso y en prosa — algunos de sus «Himnos en metro libre», entre los cuales la Fiesta de la pri­mavera [Frühlingsfeier], que tan enorme embeleso había de suscitar en Werther (v.) y en Lotte.

Pero vinculada de una manera especial con la revista y su peña, quedó la orientación ingenua y sentimentalmente na­cional que Klopstock fue dando, con cada vez mayor fuerza, a su nueva poesía. Las varias evocaciones de antiguos mitos germá­nicos en el fondo de paisajes osiánicos, la imaginación idilicopatética del «bardo» co­mo supuesta encarnación germánica de la psicología del poeta, y las poesías patrióticas, son todas expresiones varias de este clima del Norte. La crítica de Lessing en sus Cartas sobre la literatura contemporá­nea (v.), acabó con las ilusiones que habían acompañado la revista en su nacimiento e hizo su existencia difícil; sin embargo, el movimiento que había nacido continuó en un clima nuevo y encontró por otros ca­minos su desarrollo histórico; así, todavía en 1770 la revista pudo intentar seguir sa­liendo por un año más; luego, calló para siempre. La estrella de Goethe ya despun­taba en el horizonte.

G. Gabetti