[Le Grand Secret]. «Impresiones de un explorador en la región del misterio» le puso como subtítulo Maurice Maeterlinck (1862-1949) a este tratado suyo o breve historia del ocultismo, publicado en 1921. La búsqueda de las fuentes del río misterioso que se encuentra en todas las religiones, creencias y filosofías, nos lleva a la India sagrada; de allí sus aguas se difundieron, probablemente, a Egipto, a la Persia antigua, a la Caldea, saturaron el pueblo judío, se infiltraron en Grecia y en el norte de Europa, alcanzaron China y hasta América, cuya civilización azteca fue derivada de la civilización egipcia.
Conocemos así tres derivaciones del ocultismo primitivo: la egipcia-persa-caldea-griega (los «misterios» religiosos griegos), el esoterismo judío-cristiano, con los esenios, los gnósticos, los neoplatónicos alejandrinos, los cabalistas medievales y, finalmente, el ocultismo moderno, más o menos empapado de los anteriores, pero que con su inexacta denominación abarca, además de los teósofos, los espiritistas y los metapsíquicos de hoy. El autor pasa revista a todas estas corrientes, desde los antiguos textos de la literatura sagrada india hasta las distintas manifestaciones del ocultismo moderno de Blavatsky, Besant, Steiner, y la «Metapsíquica contemporánea», para demostrar que estos ríos y arroyos del ocultismo han transmitido hasta nosotros fuerzas más espirituales, quizá, que las del espíritu moderno, para captar y dominar las cuales tenemos que espiritualizarnos nosotros mismos, cultivar el jardín del alma propia, o el subconsciente, con la renunciación y la concentración espiritual. En el origen de las religiones encontramos una profesión de ignorancia total, una inmensa negación con respecto a la infinita e incognoscible causa primera, que lo es todo: panteísmo, inmortalidad, optimismo final derivan de ella inexorablemente.
A partir de este punto, surgen hipótesis metafísicas, diversas y discutibles especulaciones para conciliar la existencia y la fugacidad de los hombres, de las cosas, de los mundos, con el agnosticismo original. Desesperando de conocer lo incognoscible, lo buscan e interrogan en las criaturas, especialmente en el hombre, y nacen así las religiones antropomórficas, con los dioses, los cultos, los sacrificios, las creencias y las morales, los infiernos y los cielos. Sin embargo, siempre queda la corriente subterránea de la esencia única, del espíritu fuente de todo y única y eterna certidumbre y realidad; y de ella desciende una moral de reintegración de la unidad desgarrada, con la superación del dualismo de la materia, en la que el espíritu se ha rebajado por algún misterioso proceso. La «doctrina secreta» no fue nunca otra cosa que una protesta de la razón, fiel a sus tradiciones prehistóricas, contra las afirmaciones arbitrarias y las presuntas revelaciones de las religiones públicas y oficiales; la protesta de una ignorancia total e invencible, contra las pretensiones de aquéllas de imponer lo que no sabían. Ignorancia que fue, por lo tanto, una concepción más espiritual, una metafísica mística, una moral más elevada, el oro puro que sigue enterrado entre los despojos de las viejas religiones. He aquí el gran secreto, el solo secreto, para los primitivos al igual que para nosotros.
El estilo sugestivo, exquisitamente poético de Maeterlinck, su atmósfera enrarecida, poblada de etéreas paradojas que se escapan antes de que se pueda aferrarías, sus esfumados puntos de interrogación, y un vago idealismo sentimental difuso e insinuante, proporcionaron a esta obra un gran éxito; pero no bastan para ocultar la ausencia de un pensamiento unitario y la arbitrariedad de muchas afirmaciones históricas. Más que de una doctrina, se trata de unas intensas y vivas variaciones poéticas sobre unos temas que nunca han dejado de interesar a la humanidad.
G. Pioli