[La riscossa]. Colección de discursos de guerra, publicada en 1918. de Gabriele D’Annunzio (1863-1938), pronunciados en el frente italiano de noviembre de 1917 a mayo de 1918. Comparado este volumen con el de Por la Italia más grande (v.) se puede notar mayor soltura y sencillez en el orador, lo cual quiso atribuirse al influjo que ejerció en él el público concreto sobre el que se proponía influir, el de los soldados en armas; pero si es así, lo es en cuanto se oponía a las exigencias propiamente expresivas de sus prosas coetáneas, desde Las chispas del mallo (v.) al Nocturno (v.), superada la dificultad de hablar a los demás, de arengar para persuadir, él, que, como la Sirenetta de la Gioconda (v.), no sabe hablar sino para sí, «per cantare solamente». De aquí el aura de pre poesía o pos poesía visible en Por la Italia más gran– de, mucho más aligerada en la prosa de sus nuevos discursos, en imágenes siempre temblorosas de amor, de la querida Italia como amada criatura, del Véneto invadido, «entre todos los países de Italia… el más humano, el más dulce a quien lo ama, el más sensible a quien lo toca».
Pero si esto es tema vivo en la poesía de D’Annunzio, con todo le ocurre todavía lo que al tema místico en la Contemplación de la muerte (v.): que después se convertía en mera ocasión para una embriaguez de disolución: «Morir no basta», dice el poeta a los soldados; en el texto hay una natural exhortación a obrar enérgicamente, y en realidad es un anhelo de entregarse más allá del último sacrificio: «ahora comprenderéis, mejor que leyendo las fábulas, qué es ión y qué es arrobo». Así adquiere sentido lírico indicar el supremo fruto de la guerra en algo diferente de las adquisiciones guerreras: «la más alta causa no es la causa del suelo, es la causa del alma, es la causa de la inmortalidad». Naturalmente esta embriaguez de sacrificio amado por sí mismo acaba por agotarse aplicándolo a una materia de candente política, en función exhortatoria; de aquí la sensación decepcionadora que producen muchas cláusulas, que son gritos líricos y se expresan como programas de acción, pero vacíos en medio del ímpetu que los conduce. Por esto, entre los mejores de este volumen, es preciso destacar el discurso «A los reclutas de 1899» (y algunos rasgos del otro «A los reclutas de 1900»), conducido del principio al fin en formas explícitas de canto.
E. De Michelis