[Das Epimenides Erwachen]. Drama alegórico de Wolfgang Goethe (1749-1832), escrito en pocas semanas, el año 1814, a petición de Iffland, para ser representado en el teatro de Berlín, al celebrar el triunfal retorno de Federico Guillermo de Prusia de su campaña en Francia. Weber, que aceptó poner música a la obra, no fue tan rápido como el poeta, y la inesperada muerte de Iffland retrasó el estreno de la obra hasta marzo de 1815. Esta obra quiere expresar una especie de retractación del poeta, quien confiesa haber entendido erróneamente la llamada «guerra de liberación alemana» a la que él no había cooperado nunca, como él mismo declara. «Me avergüenzo de aquellas horas de paz; sufrir con vosotros me habría producido placer; y por vuestro dolor sois superiores a mí». Efectivamente, en un primer momento, había quedado fascinado por la fuerte personalidad de Napoleón (v. A varias personas); y la idea de una unidad germánica y de un fuerte sentimiento nacional creyó que podía amenazar por completo la cultura que comenzaba a florecer y por la que tuvo toda su vida aquel espíritu que, gracias a él, de cosmopolita se iba haciendo universal.
Cuando la victoria sonrió a las armas de los «aliados» y un grito de júbilo brotó de todos los corazones alemanes, Goethe salió dé su error, y pensó que un siglo nuevo, con nuevos ideales, se iniciaba. La Musa, en el monólogo de la primera escena, exalta la propia liberación y una armónica era de paz que se avecina. En la leyenda de Epiménides, Goethe alude claramente a sí mismo. En el primer acto Epiménides se atormenta, mientras los demonios de la Astucia y de la Tiranía llenan la escena con sus maleficios, encadenan a las hermanas Caridad y Fe, y subyugan a todo el mundo hundiéndolo en la ruina. Pero la Esperanza vela, bien armada, y en su presencia se detiene el perverso espíritu, mientras las hermanas prisioneras vuelven a la vida. En el segundo acto el sabio se despierta entre las ruinas que le rodean y los genios malignos que le acosan con sus tentaciones, pero él resiste con un vigoroso acto de fe y no se abandona a la desesperación. «Si el hombre se desespera no existe Dios, y sin Dios no quiero vivir». En virtud de este acto de suprema esperanza se realiza el milagro: vuelven a florecer los campos de ruinas, reverdecen las plantas, y la Esperanza precede las legiones de guerreros liberadores, flanqueadas por la Caridad, la Fe y la Unidad, que se une a ellas como cuarta hermana.
En una escena fantástica, en un lenguaje altamente poético, se dejan entrever las alusiones a los acontecimientos de aquel tiempo; y ésta era la idea de Goethe: «repetir simbólicamente lo que en árida prosa habían dicho frecuentemente los alemanes, es decir, que habían soportado durante muchos años lo insoportable, si bien después lograron librarse de tanto dolor, en forma magnífica». La elegancia de muchos detalles exquisitos no logra borrar totalmente lo forzado que hay en la raíz de esta obra típicamente ocasional, la cual, no obstante, revela, en diversos pasajes, el soberano espíritu del poeta.
G. F. Ajroldi