El Crimen de Silvestre Bonnard, Anatole France

[Le crime de Silvestre Bonnard, Membre de l’Instituí]. Es la primera novela (1881) de Anatole France (François-Anatole Thibault, 1844-1924), que le dio de manera sú­bita una gran notoriedad. Se la considera como una de sus novelas más caracterís­ticas. Héroe de la narración es un viejo filólogo «carlista» y apasionado bibliófilo, que ve la vida a través de los libros. Se lee su diario, dividido en dos episodios. El pri­mero, «El leño», es una aventura completa­mente libresca. Silvestre Bonnard (v.) com­pra ciertos libros a un pobre vendedor de almanaques que vive en las buhardillas de su casa y que muere poco después, dejando a su joven mujer con un niño recién nacido, a los que el viejo erudito (informado por su fiel y regañona doméstica) socorre, enviando entre otras cosas el tradicional leño de Na­vidad. Después de muchos años, Bonnard, buscando afanosamente un precioso manus­crito de la Leyenda Áurea (v.) de Jacobo de Vorágine, va hasta Sicilia, donde cono­ce al príncipe Trepof y a la princesa, una francesa cuya cordialidad le induce a de­clarar el fin de su viaje.

Bonnard vuelve a París, siguiendo siempre las huellas del ma­nuscrito, puja en vano por él en una subasta sin poder luego conocer el nombre del que lo ha adquirido; vuelve a su casa desesperado, y en ella recibe un gigantesco leño con secreto, que se abre dejando caer una lluvia de violetas, y entonces aparece el precioso manuscrito con una tarjeta de visita: Princesa Trepof. Su sirvienta ha re­conocido a la señora que vino en coche a traer el mágico regalo: la princesa de hoy no es sino la exviuda del pobre vendedor de almanaques de once años antes. En el segundo episodio, al viejo erudito le rue­gan que vaya al castillo de Madame de Gabry, en el campo donde él pasó su niñez, para compilar el catálogo de una biblioteca. La señora Gabry le cuenta cómo la quiebra y muerte de un banquero conocido suyo, la indujeron a ocuparse de su hijita huér­fana, que ahora es su huésped, pero pronto deberá volver al colegio; Bonnard recono­ce en esta niña a la sobrina de una joven- cita, Clementina, que fue el grande y des­graciado amor de su lejana juventud. Su viejo corazón se enternece con la ola de recuerdos: se hace entonces protector de la pequeña Juana, para seguirla en su vida de adolescente, salvarla de las cortas miras de su tutor y raptarla literalmente del co­legio, en el que la tenían por caridad casi como una criada. En el curso de este nove­lesco salvamento, el ingenuo erudito se atrae sin quererlo no pocas molestias; pero al fin todo se arregla: a Bonnard le decla­ran tutor de la jovencita, que pronto se  hace novia de uno de sus estudiantes, Gélis. Bonnard decide renunciar a sus queri­dos libros, vendiéndolos para dotar a su pupila: se retirará al campo y acabará su vida de erudito escrutando los secretos de la vida de las flores y de los insectos.

Pero su vieja pasión no le abandona: mientras de noche está haciendo el catálogo de su biblioteca, no sin remordimientos, se levan­ta para sustraer a la venta y guardar en un viejo armario, alguno de los manuscritos más preciosos, algún ejemplar de los más raros, del que no se puede separar: roba, pues, a su pupila, y éste es el único delito de su sencilla vida. Ambos episodios se unen en el sentido de que ambos constitu­yen un progresivo entrar del amor y de la vida en la «ciudadela libresca» del viejo erudito. Pero la gran novedad resulta de la elección del protagonista: por eso Anatole France crea, en cierto modo, un nuevo gé­nero: la «novela libresca»; los pensamientos, los cuidados, los juicios sobre el mundo, toda la mentalidad típica del erudito, del hombre culto, se hacen con France verda­dera materia novelable, se mezclan a los hechos de la vida cotidiana y colorean de un modo muy especial la propia vida y las pasiones del resto de la humanidad. Lo cual justifica y explica el estilo caracterís­tico de France novelista, preciosamente cul­to, refinado y ligero, lleno de agradables digresiones, de sentencias maliciosas, de ágiles alusiones culturales: un estilo com­puesto que reúne en sí la gracia centellean­te de los filósofos mundanos del siglo XVIII, con los vivos colores del parnasianismo y con la precisión realista de un secuaz de Flaubert y de un contemporáneo de Maupassant.

M. Bonfantini