El Cazador Feroz, Gottfried August Bürger

[Der wilde Jager]. Balada de Gottfried August Bürger (1747-1794), publicada en el «Almanaque de las Musas» de 1786. El tema está sacado de uno de los motivos más antiguos y difundi­dos de la leyenda alemana: el de la Caza salvaje [Wilde Jagd] o del Furioso ejército [Wütendes Heer o Wuotes Heer], que se pre­senta con innumerables variantes desde In­glaterra y Normandía hasta Carinthia, desde Dinamarca hasta Silesia, desde Noruega al Tirol, y en tiempos remotos aparece ligado al mito originario de Odin-Wotan. Las al­mas de los muertos sin paz, en las noches de tormenta, llenan las tinieblas con el fra­gor de su galope atronador y ululante; y ¡ay de quien a su paso no se arroje pronto al suelo, porque la salvaje tropa le arrastrará consigo hasta el fin del mundo! Odin-Wotan, señor del Walhalla, que impera sobre el rei­no de los muertos, figuraba al principio a la cabeza de las tropas, jinete en su caballo negro, con la larga lanza en la mano y con la capa agitada por el viento. Más tarde el motivo se enlazó con otros de leyendas afi­nes— por ejemplo con el de las «Doce No­ches» consagradas a una divinidad nocturna en los días más breves del año entre Navidad y Epifanía—; y en las diversas regiones, al frente de la tropa nocturna aparecieron en­tonces otros fantásticos guías: Frau Hollé, Frau Gode o Berchta o Harke o — también, sencillamente — el «Cazador feroz». Y en estas variadas y múltiples formas la leyenda vivió durante siglos y continúa viviendo siempre en la imaginación del pueblo.

Tan inmediata y familiar es a la sensibilidad del pueblo la fantástica visión, que muy a menudo se encuentran reflejos en la poesía — tanto en la de tono popular, como en los Trece Tilos (v.), de Weber, o en la poesía de tono más elevado — incluso en la moder­na, desde Gustaf Fróding hasta Agnes Mie- gel. En una conocidísima balada de Goethe, el «Fiel Eckhart» (v. Baladas de Goethe), libra de ese galope nocturno y tremendo a los niños que han ido a buscar cerveza para sus padres y, más tarde, saben callar lo que han visto. De Bürger no puede decirse que haya conseguido, como en Leonora (v.), cap­tar el «estremecimiento de terror cósmico y misterioso» sobre el cual nació la leyenda. En su larga elaboración — varias veces in­terrumpida, entre 1773 y 1779 — la rapidez de la inspiración ha acabado cediendo ante el gusto de su siglo por la fantasía y el tono moralizador. Un jinete en caballo color de plata y otro sobre caballo color de fuego se colocan al lado del conde de Renania, cuan­do sale a caballo, seguido por la jauría de sus perros, una mañana de domingo, mien­tras de la catedral llegan los tañidos de la campana que llaman a misa mayor. Uno de los caballeros — el de color de plata — es amable y bondadoso y trata de librar al Con­de de toda acción impía en el sagrado día festivo; el otro caballero — el de color de fuego — le estimula en cambio a una embria­guez cada vez más desenfrenada; y el Con­de cede, naturalmente, a su estímulo. Persi­guiendo un ciervo, devasta las mieses del pobre aldeano que queda, también él, arro­llado por la salvaje cabalgada; encontrando un rebaño, arroja en medio de él a sus mastines, pese a los ruegos del pastor, que cae al suelo y también es despedazado; por fin llega a la cabaña de un ermitaño en el bosque y también espolea su caballo contra el ermitaño; pero de pronto, todo a su alre­dedor se hace tinieblas y silencio, y mien­tras irrumpen tropas infernales envueltas por las llamas, una «voz de trueno», desde lo alto, pronuncia su sentencia: —«Perse­guido sin tregua, acosado, con la cabeza del revés, mirando las jaurías ululantes, continuará su carrera eternamente, hasta el día del Juicio Universal.» Muchos momentos de la balada resultan hoy algo ingenuos; pero el motivo de la cabalgada está des­arrollado en estrofas singulares, no sin cier­ta fuerza, valientemente. Walter Scott tra­dujo la balada al inglés; Gerard de Nerval al francés; y muchos ecos de la cabalgada resonaron por doquier durante largo tiempo en todo el romanticismo europeo.

G. Gabetti

Esta leyenda está basada en lo maravi­lloso y lo terrible, dos poderosísimas ocasio­nes de agitación para el alma humana. (Berchet)

*   La balada de Bürger dio el tema al poe­ma sinfónico El cazador maldito [Le chasseur maudit] del compositor belga César Franck (1822-1890), escrito en 1882. La obra está formada por cuatro episodios, según las partes de la leyenda. Al principio, una es­pecie de coro religioso acompañado por el sonido de las campanas, difunde una suges­tiva atmósfera de plegaria que se hace te­rrible y amenazadora cuando irrumpen con ritmo marcado los toques de caza; el sacrílego conde de Renania lanza su caballo a una carrera loca; no le pueden detener los vasallos que le suplican para que él, como todos, rinda homenaje a Dios en el día san­to del domingo. Pero de repente su caballo se detiene y una voz lúgubre le maldice. Este episodio está descrito por una larga frase de hermosa eficacia; pero el tema si­guiente, que representa la fuga del caballe­ro perseguido por los espíritus malignos, no se diferencia bastante del motivo de la caza.

M. Fubini

*   En tierras pirenaicas, desde el País Vasco a Cataluña, se conoce este mito popular con el nombre del «Mal Cazador». Las versiones catalanas, muy numerosas desde los Piri­neos hasta el Montseny, refieren cómo un hombre muy aficionado a la caza, mientras asistía un domingo a misa, al oír en el mo­mento de la consagración insta a sus perros per­seguir una liebre, abandonó el templo en pos de ellos sin haber terminado el Santo Sacrificio; Dios le castigó a errar eterna­mente tras de una pieza quimérica que no podrá alcanzar jamás. Pasa todos los años, por los meses de septiembre y octubre, al anochecer, entre ráfagas de viento y rodea­do de sus perros. Los montañeses afirman que oyen los silbidos del Mal Cazador y el aullar de los canes, y llaman al viento que le acompaña, el vent del Caçador. Ciertas variantes sitúan en el día del Corpus la fecha de la condenación. Otras afirman que el Mal Cazador pasa cada siete años. Se le da el nombre de Mal Cagador y El Cagador. En el País Vasco se le llama Eiztarie (el cazador), Eiztarie beltza (el cazador negro), Salomón erregue (el rey Salomón, ya que éste, según alguna variante de la leyenda, es quien oficia la misa), Salomón apaiza (el cura Salomón), Mateo o Juanico txistu, Mar­tin abade, Erreguen txakurra (el perro del rey) y Abade txakurra (el perro-cura). Las variantes de Salomón apaiza, Mateo o Jua­nico txistu y Martin abade cuentan que es el propio celebrante el que, dejando sin ter­minar la misa, salta tras de sus perros en busca de la liebre; ésta es variante moder­na, que hallamos también, pero sin nombre definido, en Cataluña.

Erreguen txakurra es variante referida a uno de los perros del Mal Cazador; en la de Abade txakurra ve­mos la conversión del cura en perro. La mitología nórdica tiene personajes parale­los al del Mal Cazador, por ejemplo, las di­vinidades de Wódan, Odin y Odinjáger. Per­tenecen al mismo tipo los seres fantásticos de Hüstcher, Nachtjaeger, Chasse saint Hubert, Chasse Caín, Chasse Arthur, Chasse Hannequin, Chasse á Bodet, Mesnie Herlequin y tantos otros. Se ha creído que el Mal Cazador tiene procedencia germánica y que deriva de aquella mitología a través de sucesivas transformaciones. Sin negar del todo esta hipótesis, es más justo incluir el Mal Cazador entre los mitos de fecundación, es decir, de lluvia, por cuanto se le oye siem­pre entre el viento — fenómeno portador de lluvia — o se le relaciona a veces con ins­trumentos músicos de viento — Mateo txistu, Juanico txistu, Martin txistulari —, el origen de los cuales cae asimismo en los ritos de lluvia o fecundación. En la literatura ha sido tratado por Juan Iturralde y Suit, en «Revista Euskara», V (1882), 15 y ss. (cf. Cuentos, leyendas y descripciones euskaras, Pamplona, 1912), y por Francisco de P. Ca- pella, Leyendas y tradiciones, II (Barcelo­na, 1887), 225 y ss.), este último adaptando el tema al del rey Artús. Ambas obras, bas­tante breves, son de escaso valor literario y están escritas obedeciendo a sugestiones y fantasías románticas. Muchísimo más in­terés artístico y humano tiene El Mal Ca­gador, de Joan Maragall (en Visions i cants, año 1900). El poeta trata la variante de la condenación en el día del Corpus.

El Mal Cazador es aquí un símbolo de vitalidad a la manera nietzscheana y de alegría bioló­gica que salta las barreras de lo permitido y cae en el pecado, para convertirse en ex­presión del cansancio cósmico y sin solu­ción, en ruina y hondo hastío en la eterna damnación. Es un poema, aunque breve, de gran intensidad. La leyenda se perfila con trazos precisos en un fondo paisajístico de luz intensa y nueva, y el drama angustioso del personaje surge del contraste entre las cosas que van desapareciendo inexorable­mente y la ronda del fantasma, eterna y sin cambio. El Mal Cagador, de Josep M.a de Sagarra (1916) es obra de juventud del poe­ta, pero de gran ambición. La leyenda está en el fondo del poema, como molde en que se ha vaciado la vida desbordante de Sil­vestre, el protagonista, un hombre del cam­po actual y de carne y hueso. Atento a su instinto y sin respeto a ningún principio, en su vitalidad y su impulso atropella los sentimientos más puros y más nobles y aca­ba, como el Mal Cazador mítico, por perder su propio norte y ser víctima de sus incli­naciones primarias. Es de los poemas más frescos y espontáneos de Sagarra y un pri­mer esbozo de lo que será posteriormente El comte Arnau (v.), del mismo poeta. El Mal Cagador, poema de Josep Romeu (en Obra poética, 1951), consta de tres partes. En la primera el Mal Cazador suplica el re­poso, la muerte y reintegrarse a la tierra; en la segunda canta la tierra y el festivo espectáculo del mundo; y en la tercera na­rra angustiadamente la leyenda, en la cual la ceguera del mito se vuelve tragedia hu­mana y el hombre aspira a la redención.

J. Romeu