Drama histórico legendario de Francisco de Rojas Zorrilla (1607-1648), que debe corresponder, por lo hondo y sistematizado, al final de su vida, pues no aparece en edición hasta la Colección de varios (1651), póstuma. Plantea (como en No hay ser padre siendo rey, v.) el problema entre el deber severo del monarca y sus sentimientos íntimos, refiriéndose al Conde Berenguel (Berenguer) y sus dos hijos, Ramón Berenguer y Berenguer Ramón. El viejo jefe de estado tiene que firmar la sentencia de muerte de su hijo fratricida, y se le ve en lucha angustiosa, vacilando, y al fin cumpliendo con su penosa justicia. Pero no acaba aquí la solución. El Conde, como monarca, condena al hijo, pero como padre va a la prisión, y suelta al preso diciéndole: «Huid… para que así, / perdonando y castigando, a un tiempo, pueda decir / que si allí obré como rey / obro como padre aquí». Con todo, el desenlace no es éste; el tema exigía solución trágica, y el heredero, al salir de la cárcel, es muerto por los guardas cuya persona desconocían. Quedan así a salvo los humanísimos y modernos sentimientos paternales, y la ley de fatalidad del asunto semihistórico. Los caracteres de la obra son abundantes, y bien perfilados. Al lado del viejo Conde, la dualidad de hermanos, Ramón, el «Abel» sacrificado, bueno, débil, guiado por un sino infeliz; Berenguer, duro, cruel, envidioso hasta el fratricidio; Constanza, que encarna la mujer enamorada, y Leonor en que, muy en la tradición española, el deber conyugal anula su innata aversión al innoble asesino. Los tipos cómicos, Cardona y Camacho, parecen figuras de la picaresca, y hasta es inolvidable un «picador» que aparece episódicamente al comienzo. La escena de Cardona, en la cárcel, entre tipos de gallofa, jurando, braveando, y chamullando el dialecto de germania, es de lo más desgarrado y colorista de nuestro teatro, y hace pensar en las narraciones de Quevedo.
A. Valbuena Prat