Como es sabido, Lope de Vega casó en 1588 con Isabel de Urbina y Alderete, casamiento con cierto sabor novelesco. Con Isabel —Belisa, en sus versos — marchó a Valencia y de allí a Alba de Tormes, donde ella murió a fines de 1594 o principios de 1595. Un joven discípulo de Lope, el toledano Pedro de Medina Medinilla, escribió con este motivo su bellísima Égloga a la muerte de Isabel de Urbina, égloga que más tarde publicó Lope de Vega en La Filomena (v.) como un modelo de poesía elegante y bella opuesta al culteranismo reinante. Escribió además un encendido elogio: «Vuestra excelencia (¿el Duque de Sessa?) la lea, que yo pienso que la he pasado más veces que tiene letras, digan lo que quisieren los que no atienden a la sentencia y grandeza del estilo, sino a la novedad de los exquisitos modos de decir, en que ni hay verdad, ni propiedad, ni aumento de nuestra lengua, sino una odiosa invención para hacerla bárbara, mal imitada de quien sólo pudo ser Lipsio de los poetas y veneración justa de su patria».
Gerardo Diego, que volvió a sacarla del olvido y la publicó de nuevo (en la revista «Alfar», núm. 50, 1925, pág. 9 y ss.), escribió también líneas de subidos elogios: «El encanto de esta poesía admirable es único y rara vez la pasión supo verter su lenguaje impetuoso y sincero con semejante diafanidad cristalina. Primorosa y profunda, exquisita y humana, clásica y moderna, la «Égloga» de Medinilla es una flor de excepción». La égloga, en efecto, merece, por su fresca y honda belleza, esos elogios y también un poco más de atención por parte de los antólogos, ya que todavía no ha sido tan divulgada como exigen sus notables aciertos. Aunque Medina Medinilla tiene presente la égloga primera de Garcilaso, su emoción y el limpio y exquisito juego de imágenes hacen que su originalidad sorprenda al lector más exigente.
Consta de 32 estrofas. Las 17 primeras son estancias de trece versos (abCabCcdeeDFF), y las restantes son de 14 (ABCABCcddEEFEF). En la primera parte, después de la dedicatoria al Duque de Alba (3 estancias), comienzan las lamentaciones del pastor Lisardo (Medina), el cual llora la muerte de Elisa. En esta parte no faltan las notas de tipo realista, tan del gusto del maestro Lope, como verá el lector: «Parece que la veo / en cierta huelga un día / que peces y almas a placer pescaba; / con donaire y deseo / un alfiler prendía / y un listón suyo por sedal lanzaba; / y como allí nadaba, / por ser grande el Estío, / el querido consorte, / hacia el amado norte / enderezó los ojos y el navío; / ¿pero qué hubiera / que a tan sabrosa muerte no acudiera?».
La segunda parte es mucho más densa y bella. El pastor Belardo (conocido y viejo pseudónimo de Lope) llora la muerte de su mujer. Bastan solamente los versos primeros de las estancias primera y última para darse cuenta de que los encendidos elogios de Gerardo Diego tienen una base real. Dice así el primer endecasílabo: «Otro mundo, otra luz me parece esta», y dicen así los otros, en entrecortados y emocionados lamentos: «Allí murió la voz con dulce calma / y se trocó el acento en un gemido».
J. M. Blecua