Égloga dramática, representada probablemente en Roma, en 1513, y, según L. F. Moratin (Cfr. Los orígenes del teatro español), impresa como Farsa de Plácida y Victoriano (Roma, 1514). Es la más vasta y movida de las obras teatrales del poeta y tiene una gran importancia histórica porque, más aún que las otras églogas, prefigura el gran teatro poético español. Como en Fileno, Zambardo y Cardonio (v.)» también en ésta la crisis se produce por un suicidio de amor: Plácida, desesperada por la indiferencia de Victoriano, pone fin a sus días después de un apasionado soliloquio.
Victoriano, que por otra parte ama a Plácida, se abandona al llanto sobre el cuerpo de su amada, decidido a morir también. Pero el medievalismo de esta solución se atenúa con el motivo humanista del triunfo del amor y de la belleza. Cuando Victoriano está a punto de imitar a Plácida, Venus detiene su mano, y, para restituirle la alegría del vivir, hace resucitar a Plácida. Es significativo que el monólogo de Plácida adapte una plegaria fúnebre al motivo heroico, en lo que muchos críticos han querido ver una intención de parodia.
Valbuena Prat ve en la égloga «la victoria del concepto neopagano de la vida frente a la tradición del amor imposible medieval». El mismo crítico concluye: «El tema central de Plácida y Victoriano se desenvuelve entre una animada variedad de personajes anecdóticos y escenas incidentales. Eritea, derivación de Celestina (v.) en las expresiones desenfadadas, en la ciencia de tercerías y «doncelleces» y hasta en las ironías sobre los frailes, se mueve en un diálogo jovial y picaresco».
A. R. Ferrarin