Con el nombre de Iseo, orador recordado, aunque en segundo plano, en el famoso canon alejandrino, y en general poco conocido en la antigüedad, nos han llegado once discursos, todos relativos a procesos de herencias; es decir, constituyen, evidentemente, una de las secciones en que los eruditos alejandrinos habían dividido la obra de este orador. Los antiguos no conocían con seguridad ni la patria de Iseo, que fue Calcida o Atenas, ni los exactos límites de su vida; por alusiones contenidas en sus discursos, se conjetura que Iseo floreció después de la guerra del Peloponeso, y hasta la época del reinado de Filipo de Macedonia (principios del siglo IV a. de C.) como lo confirma la tradición que lo hace discípulo de Isócrates y veneradísimo maestro de Demóstenes.
Con su nombre se leían de él en la antigüedad, en conjunto 64 discursos — de los cuales 14 se tenían por espurios — todos pertenecientes, según atestigua Dionisio de Halicarnaso, al género jurídico. El juicio de los antiguos y particularmente de Dionisio de Halicarnaso acerca de los Discursos de Iseo, corresponde, sin embargo, exactamente al que podemos formar por la lectura de los once discursos que han llegado hasta nosotros. Más que con Isócrates, de quien parece haber sido discípulo, pero del cual deriva tan sólo la mayor pulcritud formal que se muestra en los particulares de algunos discursos, por ejemplo en el cuidado con que se ha evitado el hiato en el décimo y en el séptimo, Iseo emparenta con Lisias y señala el tránsito de éste a Demóstenes; sus características revelan además la influencia de su época, en la cual a la sencillez y limpidez de pensamiento y de forma propias, por ejemplo, de Lisias, había substituido el arte más elaborado y complejo, madurado, entre otras circunstancias, en las escuelas de retórica.
De manera que la sencillez de la narración, iniciada tal vez, contra toda tradición, sin ningún proemio (discursos VI y X) o con formas expresamente descuidadas (VII), la habilidad de la argumentación, en la cual se aplican por lo general lugares comunes de la casuística jurídica, pero desarrollados con lógica siempre hábil, con particular fuerza de sentimiento y a menudo con una ironía bastante áspera, la disposición compleja y a menudo voluntariamente insólita de sus partes (en el discurso VIII, sobre la herencia de Quirón, después de la conclusión, se reanuda y expone una última prueba), demuestran notable estudio y cierta habilidad de abogado. En cuanto a la forma, los discursos de Iseo están escritos en un estilo llano, límpido, preciso, casi siempre puro, que los aproxima mucho a los de Lisias, aunque también en este campo se muestran más trabajados y algo inferiores en cuanto a naturalidad y sencillez; para los modernos son importantes sobre todo como fuente para el conocimiento de la legislación civil en su rama del Derecho hereditario, y en general de la sociedad ática de aquel tiempo. C. Schick