De Hipérides (390?-322 a. de C.), uno de los más ilustres oradores griegos, citado a menudo por Cicerón junto a Demóstenes, para señalar los más perfectos modelos de elocuencia, los antiguos conocían 77 discursos de los cuales consideraban, generalmente, falsos veinticinco; pertenecían en su mayor parte al género jurídico pero no faltaban entre ellos discursos de carácter político (para nosotros sirve de ejemplo el discurso «Contra Demóstenes») y uno del género epidíctico, la «Oración fúnebre».
De la obra de Hipérides no habían llegado hasta nosotros más que fragmentos casi insignificantes, antes que afortunadas excavaciones en Egipto nos restituyesen, posteriormente, fragmentos bastante extensos del discurso «Contra Demóstenes», una parte notable del discurso «Para Licofronte», el «Para Euxenipe» con sólo breves lagunas, el discurso «Contra Atenógenes», mutilado en su comienzo, y un largo fragmento de la «Oración fúnebre» por los caídos en la guerra Lamiaca. Estas reliquias de la obra de Hipérides no son suficientes para una completa valoración de su arte sobre todo porque no representan lo mejor de su obra, pero nos ofrecen la posibilidad de comprobar la exactitud de los entusiastas juicios de los antiguos acerca de él.
En realidad, él es el único que puede aunque de lejos, competir con Demóstenes y lo veríamos mejor si poseyéramos el discurso en defensa de Friné que los antiguos admiraron sobre todos. La elocuencia de Hipérides está caracterizada por una elegancia fácil y continua, por una espontaneidad que recuerda a Lisias, y por una vivacidad que no alcanza la fuerza emotiva de Demóstenes, sino que recurre más a menudo a la argucia, a la ironía y hasta al sarcasmo.
Sus argumentos están escogidos y desarrollados con habilidad (puede servir como ejemplo el comienzo del discurso «Para Euxenipo»); en su composición se sigue el orden tradicional, sin que esto cause nunca fatiga o hastío, gracias a la vivacidad y la sencillez, a menudo más aparente que real, de su narración («Para Atenágoras»); su vocabulario es siempre rico, jamás forzado ni caprichoso, unas veces solemne y elevado («Oración fúnebre»), otras veces sencillo y natural, con el uso frecuente de términos familiares y cierta negligencia en la composición, en la que, por ejemplo, no siempre es evitado el hiato. Cuidado particular, como antes Lisias, dedica Hipérides al epílogo de sus discursos, en el cual resume sus argumentaciones y procura conmover a sus oyentes con todos los medios que su arte y las circunstancias le sugieren.
C. Schick