[Journal]. Colección de notas y reflexiones, publicadas en París entre el año 1893 y el 1895, que dan testimonio, a lo largo de cuarenta años —desde el 1823 hasta su muerte—, del rico desarrollo artístico del pintor Eugéne Delacroix (1798-1863) e iluminan todos los aspectos de su vida íntima, sobre todo en lo tocante a lo que fue su constante preocupación hasta la muerte: la pintura. En tomo a este centro gravita, en efecto, casi toda la materia del Diario: impresiones de lecturas de poetas, de músicas, de conversaciones, de viajes; juicios sobre las grandes obras de los pintores antiguos y sobre las propias, sobre el público, sobre la crítica, sobre, la pintura de los colegas y rivales; detallados apuntes de técnica pictórica. En conjunto, hay que considerar el Diario como una de las más notables obras en su género, como testimonio de una inteligencia de artista singularmente elevada, abierta y culta.
Sin embargo, muchas de sus páginas conservan sólo un limitado, pero interesante, valor documental para la vida privada de Delacroix, la época y la sociedad en que vivió. Un interés más vivo y directo tienen los cuadernos de notas de viaje a Bélgica y Marruecos, en los que el escritor vierte su admiración por Rubens y anota escenas y pintorescas costumbres de Oriente, temas de cuadros futuros; y aún lo tienen mayor los numerosos lugares en que da forma teórica, aunque de modo no sistemático, a sus preferencias artísticas. Dos son los motivos dominantes en su concepción del arte: la refutación del realismo y la exaltación del color como medio expresivo. La obra de arte figurativo no puede juzgarse según criterios exteriores de semejanza; las más bellas son las que expresan la pura fantasía del artista.
Gracias a la imaginación, éste ve en las cosas lo que los demás no ven y puede comunicar por medio de la pintura (hermana, en esto, de la música) emociones que se hallan «por encima del pensamiento», inexpresables con palabras y que rechazan toda forma de autoridad y de dogmatismo de escuela. Delacroix entiende la composición del cuadro en un sentido completamente nuevo, independiente del sujeto, como una móvil distribución de masas cromáticas y tonales, a cuyo efecto de conjunto ha de sacrificarse sin miramientos todo lo particular y accesorio. Del gusto pictórico del artista depende también su manera de valorar el arte del pasado; aprecia, en sus años maduros, a Ticiano y al Veronés más que a Miguel Angel y a Rafael, admirados en su juventud; reconoce la grandeza intrínseca del arte antiguo clásico, pero detesta el moderno neoclasicismo. S
obre todo, no se cansa de amar el siglo XVII flamenco y holandés, especialmente a Rubens, el «Homero de la Pintura», cuyas obras analiza finamente en sus puros valores de color, En cuanto a los contemporáneos, el juicio del escritor es más incierto y se notan en él todavía residuos de prejuicios académicos, del mismo modo que, en pintura, el escrúpulo de la ejecución acabada perjudica quizá su ideal de una forma pictórica tumultuosamente libre y suelta; reprocha a Courbet la vulgaridad de los asuntos por su misma preocupación y deseo de grandeza, a veces enfática y literaria, que le hace escoger para sus cuadros nobles temas tomados de la historia o de la poesía.
A la par que su pintura —saludada en Francia como la propia encarnación del Romanticismo, en oposición al gusto lineal de su gran rival Ingres —, las ideas de Delacroix entran en el ámbito ideal de aquel movimiento, del cual precisan algunos aspectos fundamentales. Aunque el valor sea esencialmente el de una «poética» individual, adherida a la actividad del artista, ese valor abre camino a la crítica de Baudelaire (v. Curiosidades estéticas) que recoge y desenvuelve en un plano teórico las direcciones más penetrantes y felices, y son los presupuestos necesarios para una obra maestra de la crítica de arte romántico: Los maestros de antaño (v.) de E. Fro-mentin, Nueva edición del Diario en Oeu-vres litt. (París, 1923).
G. A. Dell´Acqua
Enciclopedia Noguer