Diálogos de emigrados alemanes, Johann Wolfgang Goethe

Novelas cortas de (1749-1832), publicadas por prime­ra vez por entregas en «Horen» (v.) en 1795; fueron comprendidas todas ellas, en 1808, en la edición de las obras completas. En­cuadradas a la manera de Boccaccio, en el marco de una narración, constan de dos historias de espíritus, dos relatos morales y una fábula.

Algunos emigrados alemanes, arrojados de Renania por la Revolución francesa, están tan exacerbados que no pueden dejar de hacerse daño a ellos mis­mos y a los demás, con discusiones inúti­les y desagradables. Así la familia de la Baronesa, por causa de su sobrino, Carlos, partidario de las nuevas ideas, se ve obli­gada a romper las antiguas relaciones de amistad con la del Consejero Secreto, que fue a parar desterrada al mismo pueblo. Para evitar otras peleas y para pasar el rato, los emigrantes se disponen a narrar historias; la ocasión surgirá de las conver­saciones y el tono ha de seguir la moda de la revistas y periódicos de la época. La primera narra la historia de la célebre can­tante napolitana Antonelli, que deseando amistad y no amor, cree haberla encontra­do en un mercader genovés, quien en cam­bio se enamora de ella hasta el punto de que se consume y va a morir; compadeci­da, ella le cura y salva, pero sigue negándose a unirse con él.

Entonces el enamo­rado vuelve a caer en la melancolía y des­pués de haberla llamado inútilmente a su cabecera, muere, pero jurando que no la dejará tranquila. En efecto, su espíritu per­sigue a la cantante incluso en las horas más alegres, con gemidos horrendos y la­mentos horripilantes; interrumpe, con so­nidos inesperados, sus tiernos coloquios, o la acompaña con estallidos de aplausos hasta que, pasado un año, el alma calmada se aleja con dulces melodías. De la discusión sobre la verosimilitud de tales sucesos nace el relato de la bella desconocida que con­cede una cita, junto con una tía compla­ciente, al mariscal de Bassompierre. El des­graciado enamorado encuentra en la cita sólo a dos sepultureros ocupados en lim­piar un jergón, y a dos cadáveres tendidos sobre una mesa a la débil luz de una vela.

¿Era un fantasma o una mujer la miste­riosa desconocida? Después de haber hecho todos sus conjeturas, la Baronesa pide una novela a su gusto y se explica la historia del mercader que, después de amasar teso­ros y riquezas, se da cuenta de que le falta el amor para su felicidad y, aunque viejo, se casa con una hermosísima joven; hasta que cierto día, cansado del ocio, resuelve embarcarse de nuevo para Alejandría y, con extrema indulgencia por la virtud de su mujer, le recomienda que, de decidirse a caer, escoja un amante digno de ella. La mujer está decidida a permanecer fiel, pero el encuentro con un hermosísimo estu­diante hace peligrar su virtud. Por fortu­na el joven había hecho voto de castidad por un año y faltan aun dos meses hasta el término fijado, pero si ella quisiese com­partir la penitencia con él, el término que­daría reducido a un mes.

Ella acepta, pero la prueba es tan dura que están a punto de fallar las fuerzas físicas; mas el amor les ayuda a perseverar hasta el fin. Llega­do el momento de satisfacer sus sueños, ella advierte que tiene ya en sí una vida espi­ritual que es suficiente para su felicidad e, indiferente a las seducciones de los sen­tidos, despide a su amante. Al viejo que ha narrado esta historia le piden otra, pero él responde que todas las historias mora­les se parecen concluyendo con que «es ne­cesario ir contra las propias inclinaciones», alusión a la moral kantiana que sostiene hasta la paradoja. Para demostrarlo, narra la historia de Fernando, hijo pródigo de un padre pródigo y libertino, que por amor hacia Otilia roba a su padre, hasta que, presa de los remordimientos, marcha hacia un país donde emprende el trabajo y el ahorro y donde encuentra a una ingenua y encantadora muchacha que se enamora de él, pero a quien él desdeña.

Vuelto a su casa, restituye lo robado y pide la mano de Oti­lia, pero advirtiendo que ella ya no tiene atractivos para él, vuelve junto a la sen­cilla muchacha del campo. Otilia es quizás un recuerdo de Lili Schonemann y la mu­chacha del campo un nuevo aspecto del idilio de Gretchen. La «fábula» está entre­gada completamente a las alas de la fanta­sía. Los personajes son hechos de luz, como los fuegos fatuos que asimilan oro y dejan caer monedas, o bien como el Viejo y la Vieja, que actúan con la luz de la lámpa­ra. Hay una serpiente benéfica que brilla como una esmeralda y el Gigante que no tiene ni fuerzas para levantar una pluma, porque su fuerza está por completo en la sombra que trabaja para él. Son muy hu­manas las figuras de la Jovencita que mata con su contacto y devuelve la vida a los hombres transformados en piedra, y el Príncipe que, enfermo por su mirada, mue­re cuando la estrecha entre sus brazos.

Al fin los personajes encantados liberan a am­bos jóvenes del embrujo y a través de un puente recamado de piedras preciosas, les acompañan a la gruta donde el Rey de oro (la Sabiduría), el Rey de plata (las Apa­riencias), y el Rey de Cobre (el Poderío), les coronan y les dan nueva vida con el amor. No se trata de una alegoría sino de una ficción de alegoría, en el juego ro­mántico de esta fábula donde todo se des­arrolla en una coreografía de color de en­sueño, que encantó tanto al mundo román­tico y que sirvió de modelo a todo el géne­ro. Quizá fue sugerida a Goethe por el estudio sobre la teoría de los colores que seguía en aquel tiempo y que hizo nacer en él visiones irreales a las que se com­placía en dar un significado y un cuer­po. Los Diálogos, por admisión del mismo Goethe, son debidos a la influencia de Schiller, sobre todo el haberlos acabado con la Fábula «producto de pura fantasía», lo cual quiere significar para Goethe «dejarlos perder en el infinito». [Trad. de Rafael Cansinos Assens, en Obras com­pletas, tomo II (Madrid,1950) ].

G. Federici Ajroldi

Enc. Noguer