Describen en sus varios aspectos el mundo equívoco de las cortesanas, con sus amores, sus celos, sus intereses, sus maledicencias. Con su acostumbrada habilidad, no se limita el autor a describir el ánimo de sus personajes, sino que los presenta vivos y reales a través de sus mismas breves palabras. Aunque uniformes por lo general, sus varios interlocutores se distinguen uno del otro por detalles que, puestos de relieve por una expresión, por una alusión, logran hacer de cada uno un tipo; se trata casi en su totalidad de personajes femeninos, que dominan con sus artes el débil mundo de los hombres que las rodean.
Unos diálogos aparecen más vivos y más logrados que otros, como el tercero, entre Filina, que, airada con su amante Difilo, se conduce de manera que le vuelve celoso, y su madre que le da sabios consejos de prudencia; el séptimo, en que una madre, cortesana consumada, se esfuerza inútilmente en inducir a su hija Musaria a abandonar a un joven pobre a quien ama sinceramente, por un amante más rico. Musaria es muy joven y tímida y parece resistir débilmente, pero en realidad siente un cariño firme y no se deja torcer por su madre, que le presenta como ideal de felicidad el lujo de las cortesanas más célebres; el octavo, en el que Ampélides enseña a Crísides que los celos más violentos son el único signo del amor verdadero; el décimo, en el que Drose impreca a un filósofo, que, como maestro del joven a quien ella amaba, le prohíbe verla.
En lugar de la sátira más variada, aguda y punzante, y de las intrigas más movidas y dramáticas de los Diálogos de los Dioses (v.) y de los Huertos (v.), hallamos aquí una particular delicadeza en la .descripción de los caracteres y de los sentimientos, y una astuta malicia en las observaciones realistas y penetrantes, lo que confiere a estos diálogos una vivacidad y un realismo que permiten situarlos al lado de otras obras de Luciano más famosas y mejor logradas.
C. Schick