[Anweisung zum seligen Leben, oder auch die Religionslehre]. Obra de Johann Amadeus Fichte (1762-1814), publicada en Berlín en 1806, en la que expone su teoría de la religión, en mal disimulado contraste con su concepción moral. Con este motivo comenzaron las diferencias entre Fichte y Kant, pues mientras que para Kant la religión es el medio de resolver el dualismo entre naturaleza y espíritu, que constituye la base de la moral, para Fichte, por el contrario, la religión establece el dualismo entre Dios y el mundo, dualismo que había sido enérgicamente combatido en la moral. No podía Fichte afiliarse a otro partido si quería evitar de algún modo la identificación de la moral con la religión. En efecto, con anterioridad a esta obra, por haber afirmado la unidad de Dios y del mundo, sacrificando así, en desdoro de todos los prestigiosos procedimientos dialécticos, la realidad de Dios a favor de la del mundo, Fichte se atrajo la acusación de ateísmo, engolfándose en la famosa polémica, conocida también con el nombre de «Atheismusstreit».
Si la religión y la moral no podían tener la misma finalidad, consistente en la actuación de lo absoluto en el mundo, Fichte se vio obligado a buscar un camino de conciliación entre el inmanentismo de su sistema y las exigencias de lo trascendente, característica del acto religioso. A este fin, inspirándose en el Cristianismo, introdujo la distinción entre Dios y el Verbo, donde el segundo término representa la mediación entre Dios y el mundo. Concepto, por otra parte, ambiguo, porque si el mundo, negada como dualista la creación del mundo por Dios, se afirma que es obra del Verbo, el Verbo mismo significa entonces al propio tiempo la exteriorización de Dios y la estrecha intimidad con Él. Se introduce de este modo en el seno de la divinidad una duplicidad de términos, ligados por las leyes dialécticas, en cuanto concierne a un tercer término, el Amor, consumar la unión definitiva de Dios y del Verbo. Como se ve, el dogma cristiano de la Trinidad de Dios no recibe luz alguna de esta interpretación dialéctica, que no es capaz de aclarar la doble relación de la exterioridad y de la intimidad de Dios y del Verbo (incluso la de este último y el mundo). Fichte mismo acusó la dificultad, resignándose en cierto modo al dualismo. Reconoce que el monismo riguroso representa el punto de vista ideal y divino, en tanto que, desde el punto de vista humano, resultarían necesarios dos Absolutos: el «para nosotros» y el «en sí», el Verbo y Dios. El Verbo representa al Absoluto formalmente entendido, del modo que es accesible a nuestra reflexión, incapaz de elevarse desde el Absoluto formal hasta el Absoluto existencial. No pudiendo superar este dualismo en el plano de la inteligibilidad, Fichte trató de superarlo mediante el amor, al que reconoce la capacidad de sobrepasar los límites de la razón. Se admite de este modo la derrota de la «ciencia», atribuyendo a un acto irreflexivo e irracional, tal como el amor, el fin de poseer, no sólo a la forma del Absoluto, sino a Dios en persona, y de identificarse con Él.
Por tanto, la posesión de Dios constituye el bien soberano y procura una alegría que no tiene nada de común con el placer, esto es, proporciona la «beatitud». Sin tratar de considerar, como hacen muchos, esta obra como un golpe escénico que irrumpe bruscamente para modificar el significado y negar de algún modo las conclusiones de la Doctrina de la Ciencia (v.), ha de reconocerse que Fichte rebaja en ella su concepción rigurosamente unitaria del Absoluto, mientras que introduce con la religión una forma de vida espiritual que contrasta con la moralidad.
G. Alliney