[Tahdfut al falásifah. Destructio philosophorum]. Obra fundamental de crítica de la filosofía y de la ciencia en homenaje a la religión, del insigne pensador, teólogo, místico, moralista y jurista Algacel o Algazelus íal-Ghazzálí] (1058-1111), compuesta en enero del 1095. A través de una crítica demoledora de los diversos sistemas filosóficos griegos, especialmente del de los aristotélicos árabes representados por Avicena, llega al escepticismo: no para adaptarse a él sino para elevarse al ascetismo y al misticismo de los sufíes. Precursor de Hume, ataca el principio mismo de causalidad afirmando que lo que nosotros percibimos es sólo la sucesión de dos fenómenos unidos por la voluntad de Dios; que no existen leyes de la naturaleza, o que no expresan más que hechos habituales; que los principios máximos en que se basan las ciencias son indemostrables, etc. Al más alto grado de la vida espiritual, el hombre llega renunciando al ejercicio de sus facultades racionales y repudiando la pretensión que tienen los filósofos de probarlo todo, cuando la verdad es que no pueden demostrar la existencia de Dios, ni la creación del mundo, ni la inmortalidad del alma; pueden llegar a ello sólo confiando en la intuición de la verdad, superior a todas las ciencias, en una inmediata iluminación del espíritu profético.
Así, pues, destruye todos los sistemas filosóficos, en homenaje a la intuición y a la experiencia religiosa. La obra, precursora del intuicionismo místico moderno, llega, a pesar del escepticismo, a los mismos resultados que los pensadores árabes racionalistas, sus adversarios. Provocó esta obra la famosa refutación de Averroes: Destrucción de la destrucción (v.), en la que éste afirma, contra el «renegado de la filosofía, el ingrato que ha tomado todo lo que sabe de los escritos de los filósofos, y ahora vuelve contra ellos las armas de que le proveyeron», que «la religión de los filósofos consiste en rendir a Dios el honor más sublime: el conocimiento de sus obras, lo que nos lleva a reconocerle a Él mismo en toda la realidad», aun admitiendo que la religión no es una rama del conocimiento reductible a proporciones ni a sistemas dogmáticos, sino un poder personal interior, una verdad individual distinta de la universal y científica. Cuánto influyó la obra de Algacel en la formación intelectual del mayor pensador árabe, se colige ya de esta última concesión al concepto fundamental de su adversario y de la crítica de Averroes a la teología — «fuente de males», tanto para la religión, como para la filosofía —, atacada ya por Algacel en su Vivificación de las ciencias teológicas al mostrar cuán inadecuada es para satisfacer las necesidades de una verdadera religiosidad y de una moralidad elevada.
La finalidad de la Destrucción de los filósofos, según lo declara el autor, estriba en «aclarar sus ideas a los sabios»; pero Averroes atribuyó la obra a una revulsión del espíritu, y al deseo de reconciliarse con los teólogos a los que resultaba sospechoso.
G. Pioli