Desterrados, James Joyce

[Exiles]. Comedia en tres actos de James Joyce (1882-1941), pu­blicada en 1918 y representada en Munich en 1910, siendo recibida borrascosamente. Es la única obra dramática del escritor irlandés, que quiere representar en ella un conflicto de pasiones y de sexos. Es­tamos en 1912, en una quinta del suburbio de Dublín, donde viven, con su hijo de ocho años, el escritor Ricardo Rowan y su mujer Berta. El periodista Roberto Hand, primo de Berta, está enamorándose de ésta, pero, amigo íntimo de Ricardo, duda en declararse. Pero éste, espíritu liberal, aun amando a su mujer, que fue su compa­ñera en su destierro por el mundo, desea que ella y su amigo sigan hasta el fin, con toda franqueza, el impulso de su pa­sión. Roberto ha citado a Berta en su ha­bitación de soltero, y Ricardo, que lo ha sabido, se presenta pocos minutos antes que su mujer, pero sólo para decir a su amigo que le deja en libertad de actuar co­mo mejor le parezca. Llega Berta; es por la noche. Ambos cambian palabras de amor, pero el acto concluye sin aclarar cuál será el epílogo de dicho encuentro. Berta, vuel­ta a su casa al día siguiente, confiesa a su marido que no ha sucedido nada en la noche fatal.

Sólo que Ricardo sigue dudando, más que nada sobre la posibilidad de que el hecho hubiese podido ocurrir. Y quizás aquí se encuentra el concepto do­minante de este extraño drama: poco im­porta que Berta no haya sido de Roberto, de haber podido serlo. Roberto, que llega para despedirse antes de abandonar el país y después de haber escrito para un diario de Dublín un artículo de grandes alaban­zas para Ricardo Rowan, a quien el go­bierno ha concedido por aquellos días una cátedra universitaria, tranquiliza a su vez a Ricardo sobre lo sucedido la noche ante­rior. Ricardo puede estar seguro de que su mujer no le ha traicionado. Y, sin embar­go, su alma está herida por la duda. Nunca sabrá nada de nada: «No es en la oscuridad de la certidumbre donde yo te deseo — dice a su mujer—, sino en la duda, en la duda que hiere…». Pero ella, con un hermosísimo grito de llamada y de pasión, lo atrae hacia sí. Se encuentra ya en esta comedia el mo­tivo de absoluta y solar libertad de sentidos y de alma que Joyce, puede decirse, per­siguió durante toda su obra. El espasmódico anhelo hacia una verdad absoluta, sea como sea y contra todos, iluminado por la con­vincente dialéctica del estilo de Joyce, apa­rece en diversos lugares de la comedia me­diante diálogos maravillosos de desnuda e intensa belleza.

C. Linati