Después del Destierro, Marco Tulio Cicerón

[Orationes post reditum]. Bajo este título se conocen cuatro de los Discursos (v.) de Marco Tulio Cicerón (106-43 a. de C.), pronunciados en el 57-56 después de su regreso del des­tierro. En el primero, «Acción de gracias al Senado» [«Oratio cum Senatui gratias egit»], y en el segundo, «Acción de gra­cias al pueblo» [«Oratio cum populo gratias egit»], Cicerón, tomando pie en los senti­mientos de agradecimiento hacia quien le había vuelto a llamar a la patria, ataca a sus adversarios, de quienes había sido víc­tima. En el tercero, «Por su casa» [«Oratio de domo sua ad pontífices»], pronunciado ante el colegio de pontífices, Cicerón, a quien habían destruido por mero escrúpulo religioso la casa que poseía en el Palatino, demuestra que su adversario Clodio, autor de tal destrucción, no estaba exento de irregularidades y sacrilegios, de tal modo que todo cuanto había hecho era, desde el pun­to de vista religioso, insostenible. Del año 56 es el cuarto discurso, «Respuesta a los arúspices» [«De haruspicum responso»], provocado por algunos prodigios conside­rados funestos por los arúspices e identifi­cados por Clodio como signos de la ven­ganza divina contra el sacrilegio cometido por Cicerón reedificando su casa en terre­no sagrado. Pero de acusado, Cicerón se convierte en acusador, y dirige su respuesta contra Clodio, a quien presenta como hom­bre sacrílego. De los cuatro discursos Des­pués del regreso, los más interesantes son los dos últimos, que tratan de problemas más concretos, mientras los primeros dan más bien la impresión de vagas invectivas contra enemigos no siempre claramente pre­cisados. Clodio es el personaje representa­do con las tintas más sombrías; sus ba­jezas morales, su mala fe, sus ilegalidades constitucionales y su maldad son puestas claramente de manifiesto. En los cuatro discursos hay un tono vivaz, de desquite; está velado, pero no mucho, el rencor contra la injusticia de haber sido desterra­do a pesar de sus méritos de salvador de Roma y padre de la patria.

F. Della Corte