[Del Principe e delle lettere]. Tratado en tres libros de Vittorio Alfieri (1749-1803). Lo concibió en 1778 y lo escribió en diversas etapas hasta 1786; publicado en 1789, es la más larga de sus obras políticas.
Alfieri, contra la tradicional idea del benéfico mecenazgo, quiere demostrar ante todo la tesis de que las letras, para alcanzar toda su eficacia y perfección, no han de ser protegidas; sin embargo, el libro se resuelve en una «summa» del pensamiento moral, político y literario del autor, que culmina en la figura del «escritor libre»: «hombre particular que podrá reunir en sí la independencia del príncipe, la educación del ciudadano, el ingenio, las costumbres, el conocimiento de los hombres, y el amor de lo honrado y de lo verdadero». De la moralidad de las letras Alfieri habla altamente, con un discurso alimentado por una íntima y original experiencia: «Una moderna opinión — escribe entre otras cosas — a la vez tímida, descarada y cobarde afirma que el lector debe juzgar el libro y no al hombre. Yo digo y creo… que el libro es y debe ser la esencia de su escritor, y que de no ser así él será malo, débil, vulgar, de poca vida y de ningún efecto».
Como única fuente de las verdaderas letras, al igual que de toda gran acción, considera el «fuerte sentir» («No se puede representar con fuerza lo que no se siente fuertemente, y toda gran acción siempre brota de un fuerte sentir»); y la norma suprema del literato será el «gustarse a sí mismo», aquel aprecio de uno mismo, sin el que nada se puede hacer, y que da al hombre el premio más codiciado, la gloria, la cual no consiste tanto en las alabanzas ajenas como «en la íntima, divina certidumbre del hombre, que la lleva consigo hasta el sepulcro». El verdadero literato, el estimulado por «impulso natural» y no por «impulso artificial», es en su íntima esencia uno de esos individuos más que humanos, que Alfieri venera, y se relaciona por lo tanto con los héroes que salvaron a su patria, con los fundadores y mártires de las religiones que el escritor reivindica contra el menosprecio de los autores de la Ilustración, no por las ideas que elevaron y defendieron, sino por el sublime temple de su alma.
Semejantes literatos pueden llamar a una nueva vida a sus pueblos y comunicarles el «impulso» divino que los inspiró; y el Príncipe alfieriano finaliza con un capitulo cuyo título recuerda el del último capítulo del Príncipe (v.) de Maquiavelo, «Exhortación a liberar a Italia de los bárbaros», y que propugna la resurrección del pueblo italiano, más vigoroso en su misma servidumbre que muchos otros pueblos, con palabras de fe segura, como raramente encontramos en los demás libros de Alfieri. La obra, a pesar de cierto cansancio en su desarrollo, debido a la manera como fue escrita, y a las inevitables contradicciones en un espíritu tan poco «lógico» como el de Alfieri, es notable por el ideal que en ella t se traza del «escritor libre»: y como tal la sintieron los poetas y literatos del Risorgimento — y el primero entre ellos Fosco- lo — que a ella se acogieron como guía de su conducta y sus escritos.
M. Fubini
Demuestra que la habilidad del conde Alfieri consistía mucho más en la vigorosa energía del asalto, que en la ponderación de una bien preparada defensa. (Foscolo)