[Dall’uomo a Dio]. Obra póstuma del filósofo italiano Bernardino Varisco (1850-1933), publicada en 1939. Es la explícita afirmación del teísmo, con la que Varisco resuelve la alternativa teísmo-panteísmo que tanto le había preocupado en los Máximos problemas y en Conócete a ti mismo. Este teísmo, aunque de inspiración católica, fue rechazado por los ambientes ortodoxos como contrario a la doctrina católica en puntos esenciales tales como la «relativa» trascendencia de Dios y su voluntaria autolimitación en lo relativo a la presciencia de la actividad humana. Se podría notar en Va- risco cierto influjo del paulinismo, si las susodichas conclusiones teológicas no fueran la consecuencia lógica de sus premisas especulativas. En efecto, el principio unitario de la existencia, esto es, Dios, se le aparece siempre a Varisco como operante en la conciencia de cada sujeto, sin que por ello el pensamiento humano pierda ninguno de sus valores universales y necesarios; si, por consiguiente, no es lícito dudar de esta necesidad y universalidad, se debe concluir que nosotros «somos en Dios», o sea, que Dios no nos es extraño.
En cuanto a la autolimitación divina, Varisco es consecuente con su teoría de la espontaneidad del sujeto, teoría inconciliable con el concepto de un Dios presciente. En efecto, sostiene que, en el acto de la creación de cada sujeto, Dios se inhibe voluntariamente en la previsión de las manifestaciones futuras de su espontaneidad, aunque en líneas generales el curso completo de los acontecimientos se halle ya presente en la mente divina. Mientras que en las obras anteriores, también animadas de una rica vena religiosa, calificaba el principio unitario indeterminadamente como Ser, o sea, como Objeto, en ésta, Varisco expone las razones que le inducen a entender aquel principio como Sujeto, como Persona; es decir: la necesidad de eliminar el absurdo de la subconsciencia, ya que todo cuanto es para nosotros subconsciente, es siempre para Dios actualmente presente; la necesidad de dar a los valores humanos un fundamento absoluto que los salve de la caducidad; pero, sobre todo, la necesidad de que nuestro pensamiento humano se inserte en un Pensamiento absoluto.
Insiste Varisco en afirmar el inevitable carácter abstracto de cualquier pensamiento nuestro, aun de los que relativamente nos parecen más concretos: infinitos son los elementos constitutivos de nuestro pensamiento siempre acallados, infinitas relaciones de nuestro actual pensamiento con otros pensamientos, quedarán por siempre ignoradas; pero si estas relaciones no existieran, nuestro pensamiento no tendría ningún significado; si tienen por tanto alguno, fuerza es convenir en que nuestro Pensamiento se inserta en un Pensamiento absoluto en el que ya nada esté sobreentendido ni implícito, y que sostiene continuamente nuestra actividad pensante. Si no estuviésemos «inmersos en Dios», no seríamos seres pensantes. Pero es evidente que esta prueba de la existencia de Dios excluye su absoluta trascendencia. La obra representa una nueva orientación filosófica italiana y, en cierto sentido, también europea, una inquietud tal vez no acertada pero estimable hacia una profundizaron del sentido religioso de la existencia y una restauración crítica de los valores tradicionales.
G. Alliney