[Delirarte del dire]. Lecciones del abate Vito Fornari (1821-1900) en dos volúmenes, publicados en Nápoles: la tercera edición es de 1872, la última de 1936. El autor estudia los géneros didáctico, histórico, oratorio y poético. Entre las formas de la didáctica — diálogo, meditación, alegoría — considera «bastardas» las enciclopedias y diccionarios, criticables si se usan para materias en que las ideas forman un sistema. Observa que la oscuridad, por ejemplo, de Vico, puede derivar de novedad y densidad de ideas. Diferencia los diálogos, según que prevalezca en ellos el conflicto o el concurso de las fuerzas cognoscitivas, representando los diversos personajes las fases del progreso de la mente; según que quien pregunte sea el maestro (diálogo socrático) u otro interlocutor (diálogo ciceroniano); y según que sea más o menos belicoso. Muestra la conveniencia científica de los artículos de la Suma (v.) de Santo Tomás. Recorre la historia de la literatura italiana criticando los diálogos de Bruno; poniendo los de Galileo casi a la altura de los platónicos. Estudia las propiedades literarias de las meditaciones, en San Agustín, San Anselmo y San Buenaventura; y los de la alegoría didáctica y del poema didáctico; los caracteres del tratado y de la lección. De Bartoli, muy cuidadoso en destacar los detalles del hecho, advierte que, sin embargo, sólo destaca las circunstancias externas.
Critica las ideas de la historiografía idealista y propugna el retorno a la idea de los géneros: crónica histórica, comentarios, anales, relatos de viajes, biografías e inscripciones, cartas, historia eclesiástica. Observaciones notables encierra el tratado del lenguaje oratorio y el estudio comparado de la elocuencia en las varias naciones modernas. Inicia el tratado de la poesía oponiéndose a las acusaciones de Platón de que carece de objeto como no sea aparente y de que encienda y desencadene las bajas pasiones. A la definición de Hegel: «Lo bello es la manifestación sensible de la idea», opone la crítica de que «todo, incluso lo feo, sería bello»; y define la belleza, como «apariencia», es decir, el aspecto de las criaturas en que se refleja el aspecto divino. Lo «sublime» es la belleza de lo extremado. El ingenio, el arte y la belleza son una misma cosa; y el ingenio, unidad de fantasía y de afecto, es padre de la poesía, hermana de la arquitectura, de la música, de la escultura y de la pintura, y todas son verdadera poesía. El estudio del instrumento de la poesía lleva al autor a buscar qué lenguaje es «poético»; a defender la naturaleza del verso, o sea del canto; a investigar qué es el idioma; y a indagar el origen de la poesía como fiesta del espíritu humano, que refleja el mundo inferior en el superior, suspendido en la contemplación de las imágenes; y a continuación la correspondencia entre poesía y progreso de las sociedades humanas. La epopeya es la poesía de un origen: la poesía del pasado; la lírica, o poesía de lo inestable, descubre y canta lo pasajero en lo eterno, en Dios.
Examina las varias formas de poesía dramática, la sátira, la tragedia y la comedia cuyos orígenes hace ascender a los misterios de Eleusis. Del arte de decir es sobre todo producto de una mentalidad filosófica: ello explica las dotes de vigor y la profundidad de algunos puntos de vista estéticos. «De ella se admiró — escribe Mangoni — la inimitable hermosura de la forma y la belleza del estilo». Pero no faltó quien pusiera en solfa su tono siempre sublime, la idealización que el autor hace de cuanto toca: como en una «visión» o sueño burlesco hizo B. Spaventa. El abate, pese a su ión… conservaba en la mano un volumen, el divino volumen: y no tengo necesidad de decirte que era Del arte de decir…: también ello todo Apariencia, todo Luz, todo Belleza; era el Decir, el eterno y sempiterno Decir, el Decir en todo y por todo…»
G. Pioli