Deberes de los Corazones, Bahya b. Paquda.

Es un hecho que uno de los centros más estables de cultura cientí­fica y literaria, a lo largo del siglo XI, en la España musulmana, fue Zaragoza, capi­tal del reino de Taifas de las Tuchibíes y luego de los Banu Hud.

Entre los diferen­tes ingenios que brillaron en esta corte hemos de contar a Bahya ben Yosef ibn Paquda (m. hacia el año 1100). Sabemos muy poco de su vida, que discurriría tran­quila en aquel ambiente, tan saturado de cultura, de Zaragoza; además, la vocación de Bahya, aparte el estudio, era cierto as­cetismo espiritualista, casi místico, en el que se resolvía su formación bíblica y su educación filosófica neoplatónica. Hasta aho­ra se le habían atribuido dos obras filosófi­cas, ambas escritas en árabe, aparte de al­gunas poesías religiosas escritas en hebreo. La primera de aquellas dos obras filosó­ficas es la celebérrima Kitab al-hidaya ila faraid al-qulub, o sea, Deberes de los co­razones, título que ya declara el carácter marcadamente ético de esta obra. Ella se inscribe dentro de la corriente neoplatónica, entonces imperante en la España árabe, aunque no tiene un carácter especulativo teorético, sino predominantemente práctico con vertiente ética y ascética; en el último capítulo de la misma hay como un asomo de proyectarse en los linderos de la vía mística, debatiéndose las notas del verda­dero amor a Dios.

Se ha comparado nues­tra obra con el Kempis y se ha dicho que su autor era un moralista. Pero más que un moralista, es un teólogo que trata de superar el peligro del ritualismo anqui­losado en nuestra vida religiosa, y procura vivificar ésta, infundiéndole altas dotes de espiritualidad. Por esto, frente a los preceptos corporales o externos, que tienen como vehículo instrumental alguno de los miembros del cuerpo humano, destaca el autor la primacía de los deberes del co­razón, de la auténtica vida del alma en su relación con Dios. Desde luego que hay in­fluencia cristiana en nuestra obra, como ha probado el Prof. Baneth, y asimismo hay influencia del ascetismo árabe, sobre todo en los tratados de zuhd o ascesis. En cam­bio, no es del todo segura la influencia de Algazel, que antes se había dado como cierta.

J. M. Millas Vallicrosa