[Aus meinem Leben]. Memorias del mariscal de campo Paul von Hindenburg (1847-1934), publicadas en 1923. Hijo de una noble familia prusiana, Hindenburg entró a los once años en el colegio militar de Berlín. Muy joven, siendo alférez de la guardia, tomó parte en 1866 en la guerra contra Austria, y cuatro años más tarde, en 1870-71, contra Francia. En una larga carrera de paz, llegó al grado de general en jefe del cuerpo de ejército de Magdeburgo, donde permaneció durante ocho años. En 1911, sabiéndose excluido del nombramiento de general en jefe, pidió y obtuvo el retiro. (Se dijo entonces que, en las grandes maniobras, en las que Guillermo II había mandado personalmente un ejército, Hindenburg formuló una crítica que disgustó mucho al Kaiser). Tres años después, al estallar la Gran Guerra, se había de sustituir en el mando de las tropas que combatían contra los rusos a un general que no había correspondido a las esperanzas puestas en él. Guillermo II llamó a Hindenburg, y el viejo general, en pocos días, supo liberar la Prusia Oriental de enemigos, con las fulminantes victorias de Tannenberg y de los lagos Mazurianos. El máximo problema de los estrategas alemanes, desde el comienzo de la guerra, era el siguiente: si se debía y se podía atacar a la vez a los dos ejércitos enemigos, el de occidente y el de oriente, o bien convenía atacarlos por separado. Hindenburg estaba convencido de que, para obligar a los enemigos a la paz, era precisa una victoria decisiva en occidente; y que era condición absoluta la desbandada de los rusos. ¿Se podía verdaderamente derrotar a los rusos? «El destino — escribe el mariscal — ha contestado afirmativamente a esta pregunta: pero respondió al cabo de dos años, cuando para nosotros era demasiado tarde».
En efecto, Hindenburg había vencido, tomando Galitzia, Polonia, Lituania; pero entretanto, «el número y la fuerza de los adversarios en Occidente habían crecido de modo gigantesco; entre nuestros enemigos, Rusia había sido sustituida por América, pletórica de energías juveniles y de potencia económica». Hindenburg, en el otoño de 1916 comandante supremo también en el frente oeste, describe las nuevas luchas titánicas de los alemanes en aquel frente; ayudado de la genial estrategia del general Lüdendorff, infligió golpe sobre golpe a los ejércitos adversarios, y tuvo la iniciativa durante dos años. Pero en julio de 1918, la iniciativa pasó al enemigo, y la consigna fue entonces ésta: resistir. A fines de septiembre, Hindenburg mismo aconsejó al Kaiser la petición de paz. Pocas semanas después, estalló la revolución en alemania; el Kaiser huyó a Holanda; se firmó el armisticio. A Hindenburg le tocó la tarea de volver a su patria el ejército vencido. El viejo mariscal se despidió de las tropas, y en el libro, se despide también conmovedoramente de la juventud: «Yo dejo la pluma y tengo grandes esperanzas en ti, juventud alemana». Esencialmente soldado, Hindenburg no tiene verdadera calidad de escritor; para juzgarle como estratega, hay que tener en cuenta que tuvo a su lado en el Estado Mayor a un hombre como Lüdendorff. Pero sus memorias constituyen un documento insigne de la historia de su época.
G. Mira