De Mar a Mar, Rudyard Kipling

[From Sea to Sea]. Dia­rio de Rudyard Kipling (1865-1936), publi­cado en 1889. Invitado a ir de la India a In­glaterra en el «Pioneer», Kipling hizo el viaje pasando por el Japón, San Francisco, Nueva York, y narra en el libro sus im­presiones. Las agudas observaciones, las asociaciones paradójicas de ideas, las com­paraciones entre irreverentes y agudas, las «lacrimae rerum», recogidas por doquier y transformadas por su humorismo, ora con profundo sentido humano, ora como motivo de aguda comicidad, hacen del diario un libro genial y único. El sentido de profun­da humanidad, de comprenderlo todo, por amarlo todo, no aparece siempre en la su­perficie: con frecuencia hay que cogerlo al vuelo y dejarlo súbitamente, si no se quiere terminar conmovido con excesiva frecuen­cia; del mismo modo el humorismo, que es su contrapartida, no se puede tomar en serio sin ir en contra del autor y de su honda humanidad. Así, en el «complot de treinta señoras a bordo, para desembarazarse de la camarera», en el «retrato de un muchacho de ocho años que tiene agotado ya el ciclo de las alegrías en este mundo», en la descripción de los bajos fondos de Hong-Kong, cuando dice: «no puede haber infierno en el otro mundo para aquellas mujeres, porque tienen el infierno en esta vida, y yo estuve en él».

Luego de haber pasado por Kobé, Osaka y Kioto, al llegar a Tokio, deplora que la civilización euro­pea haya corrompido de tal modo las cos­tumbres. Nueve hombres de cada diez vis­ten ahora a la europea. Atravesando el Pa­cífico, entra en América por San Francisco. Allí visita la ciudad china, en la que los hombres se embrutecen y degüellan; ve la pesca del salmón, escena horrible de sangre y matanzas; la «experiencia religiosa» que obsesiona a esa gente, en un país donde impera un mecanicismo sin tregua al que llaman progreso. En Chicago presencia la matanza del ganado de cerda, a la que asisten señoras curiosas y elegantes, con zapatitos de cuero rojo. En este país admira Kipling la independencia y la seguridad de las muchachas, que saben defenderse por sí mismas; no las enseñan a mirar en cada hombre un posible marido; libertad gran­de, de la que no abusan. Con una visita a Samuel Clemens (Mark Twain), da su adiós a América. «Si con las peripecias de la vida, me arruinase irreparablemente, diré al sobreintendente del penal que Mark Twain me echó un día la mano al hombro; y entonces me asignará una celda reserva­da y doble ración de tabaco». La historieta referida por el autor, del minero que pi­diendo un diccionario «como libro de lec­tura lo devolvió en seguida, diciendo que esas narraciones, aunque interesantes, eran demasiado variadas», podría ser aquí muy adecuada como juicio sumario del diario, en el que hallamos a todo el Kipling pe­riodista.

G. Pioli