[De umbris idearum]. Tratado filosófico en latín de Giordano Bruno (1548-1600), compuesto en 1582 y perteneciente al grupo de obras neoplatonicomnemónicas. En apariencia está estrechamente ligado con las obras lulianas, como el Compendio y complemento del arte de Lulio (v.) y la Lámpara combinatoria luliana (v.), pero en realidad tiene mayores afinidades con otros tratados, como el Sello de los Sellos (v.), la Explicación de los treinta sellos (v.), etc., cuyo carácter es más característicamente psicológico. De hecho, en estos escritos Bruno no se limita a exponer el mecanismo práctico de la mnemotecnia, aunque sea con referencias metafísicas como hizo en las obras lulianas, sino que trata de descubrir las leyes psicológicas sobre las que se basa. su mecanismo. Para comprender el contenido del De umbris hay que recordar el principio monista de Bruno, es decir, el principio según el cual Dios, la Fuerza, la Razón eficiente, se identifican con el Universo y son el alma del mismo.
El Uno, desarrollándose, genera la infinidad, aun permaneciendo uno e indivisible en todas las cosas; sólo las formas visibles cambian y se anulan; el alma se transforma como parte o fragmento del Alma o del Ser universal; el espíritu se transforma como la materia, y ambos contrarios se concilian en el Uno. Los seres se componen de elementos o átomos que pasan de un cuerpo a otro y conservan su individualidad; y la materia está en movimiento circular perenne, que reúne no sólo a los cuerpos, sino incluso a los espíritus. Por lo cual, el círculo cósmico de la vida es uno y eterno, y la síntesis intelectual trata de unificar el conocimiento. Las ideas, pues, sombras de las ideas eternas, están concatenadas como parte de un todo y se iluminan recíprocamente, porque es única la luz que en todas ellas brilla. Las ideas son como entidades metafísicas, existentes por sí mismas, por encima de la mente humana, que sólo capta un pálido reflejo, como en la sombra. Y, como las sombras no son tinieblas, sino una combinación de tinieblas y luz, así las ideas innatas están entre lo falso y la verdad absoluta; y así como la sombra del reloj de sol nos revela la diferencia de los tiempos, así las ideas nos revelan la diversidad y la propiedad de las cosas. La mente humana, destinada a captar las ideas como el ojo a recibir los rayos del sol, descubre, elevándose, los nexos entre las cosas y refleja el universo; y, liberándose de los ligámenes de tiempo y espacio, entrevé el secreto de lo eterno e inmutable. La idea, en suma, permite al hombre concebir las cosas del mundo como parte de un gran todo que se sostienen e iluminan; así cada cosa resulta más clara si se comprende en relación con las demás, y cuanto más se multiplican tales conexiones de relación, tanto más fácil será retener las ideas, sin fatigar la inteligencia ni confundir la memoria.
En el De umbris se alcanzan tres conclusiones esenciales: que nuestras ideas son sombras de la idea eterna, pero que para ser pensadas por nosotros han de presentarse bajo una apariencia sensible o fantasma; que las ideas forman una cadena, como las cosas que representan; y que esta conexión es el mejor medio para retenerlas. El De umbris está seguido por el Arte de la memoria [Ars memoriae], obra dividida en tres partes: la primera habla del oficio del arte mnemotécnico, ilustrando cómo solamente lo sensible sirve para el arte de la memoria, por pertenecer a ella las especies, imágenes, formas, simulacros, espectros, vestigios, indicios, notas, caracteres, sellos, etcétera; la segunda parte habla de los «subiecta», de los «adiecta» y de los «organa», y enuncia las reglas del arte mnemotécnico; la tercera parte contiene algunas ingeniosas aplicaciones de dicho arte. Aunque el problema de la memoria hubiese interesado ampliamente a los antiguos, desde los tiempos más lejanos (bastaría citar la Retórica a Herenio (v.), las obras de Cicerón, de Quintiliano, de Santo Tomás, de fra Bartolomeo da San Concordio, de Niccoló Cieco da Firenze), en el Renacimiento el problema se agudizó, haciéndose cada vez más complejo, como lo demuestran, entre otros, el tratado de Giammichele Alberto Carrarese, que tuvo gran fama, y el tratado del dominico P. Rosselli, con el que la obra de Bruno tiene grandes afinidades. Pero en la filosofía de Bruno y en general en el pensamiento naturalista del Renacimiento, la memoria adquiere mayor importancia, por su función preeminentemente teórica, pues al retener después de haber comprendido, según los principios de Bruno, alcanza la actividad psíquica en el tiempo, es decir que representa la continuidad de la vida espiritual.
M. Maggi