Diálogo comprendido en algunos manuscritos de obras de Platón (428/27-347 a. de C.), pero ciertamente apócrifo, de fecha incierta, probablemente contemporáneo del Sobre lo justo (v,). Se desenvuelve entre Sócrates y un interlocutor a quien algunos textos llaman «educador de caballos» y otros «el amigo», en torno a un tema tratado por Platón y por todas las diversas escuelas filosóficas antiguas; la virtud ¿es o no es enseñable? Si no lo es, ¿los hombres buenos lo son por naturaleza o de algún otro modo? Si la virtud se pudiera enseñar debería haber alguien que pudiera enseñarla a los demás, y éste habría de ser naturalmente el hombre virtuoso, y con todo, los grandes hombres, que bien deberían entender de virtud, no la han transmitido ni siquiera a sus propios hijos, aunque no se puede suponer que lo hayan hecho por envidia, lo cual sería indigno de su hábito virtuoso. Luego la virtud no se transmite con la educación.
Pero por otra parte, si la virtud fuese innata debería mostrarse claramente a los ojos de los espíritus, qué almas la poseen y son aptas para desenvolverla y ejercitarla (en efecto, ocurre con todas las artes que los expertos en ellas pueden reconocer a primera vista qué almas poseen disposiciones para ellas). Y sería utilísimo conocer de antemano a las personas virtuosas, porque podrían ser educadas con especiales cuidados para bien del Estado. Pero esto no se verifica; no existen pensadores que consigan descubrir las- almas naturalmente virtuosas. De manera que si la virtud no es una propiedad innata, ni es tampoco una ciencia que se pueda adquirir con la educación, es menester pensar que es un don que los dioses conceden a su placer, como conceden a algunos hombres para bien de sus ciudades la facultad adivinatoria. Este diálogo que es, según toda probabilidad, un ejercicio escolar del tipo del diálogo Sobre lo justo, calcado en parte sobre el Menón (v.) y el Protágoras (v.), carece de originalidad y de viveza.
G. Alliney