[De Trinitate]. Tratado teológico de San Agustín (Aurelius Augustinus, 354-430). Es considerado como la obra más amplia y profunda de las dogmáticas del gran Doctor de la Iglesia, compuesta entre el año 400 y el 416, en los intervalos de tiempo que le dejaron libres obras de mayor utilidad, en favor — declara — especialmente de aquellos que, no aceptando la autoridad de la fe, exigían una demostración racional de la verdad de los misterios.
En el exordio del Libro III confiesa el autor que preferiría trabajar leyendo escritos ajenos sobre el tema que escribiendo para que otros lean; y manifiesta que está dispuesto a romper la pluma tan pronto se encuentre entre los latinos a alguien que escriba o traduzca obras griegas sobre tal materia, o que se proponga responder a todas las cuestiones que le sean planteadas sobre ella. En los dos primeros libros demuestra, basándose en las Escrituras, la unidad y la semejanza de las tres personas de la Trinidad, lo que no impide que el Hijo y el Espíritu Santo sean «enviados» del Padre, ni las diversas apariciones de Dios, de las cuales trata ampliamente en el tercero. En el Libro IV habla de la misión del Hijo, y en el V refuta los argumentos deducidos de la terminología de la «generación», para probar que la sustancia del Hijo difiere de la del Padre. En los Libros VI y VII señala la unicidad del poder y la sabiduría, no menos que la esencia, de las tres Personas; en el VIII insiste en que la naturaleza de Dios se deduce mejor por la comprensión de la verdad, por el conocimiento del sumo bien, del amor innato, de la justicia, y sobre todo por la búsqueda mediante la caridad, en la que se manifiestan los vestigios de la Trinidad («el que ama, el que es amado y el amor», forman una trinidad terrena).
Otras imágenes humanas de la divina Trinidad existen en el hombre: la mente, la autoconciencia, el amor de sí mismo; la memoria, la inteligencia y la voluntad; el objeto de la visión, la visión sensible, la visión interior; y también el número, el peso y la medida de cada objeto (Libros IX-XI). Otra tríada es la de la ciencia, la fe y la sabiduría. Todo esto, mezclado con agudas analogías, digresiones verbales y referencias a vestigios, que existen en él, de la doctrina maniquea, que le hacen concebir la decadencia del hombre como una concesión divina a que caiga «bajo el poder del demonio», del cual no lo liberó el poder divino, sino un acto de justicia superior, con una especie de tácita redención ofrecida por Dios con la muerte de Cristo. «Derramó (el demonio) la sangre de un inocente (Cristo); es justo que sean perdonados los hombres libres y los deudores que tenía esclavizados» (Libro XIII, cap. 12-14); «en esta redención se dio al demonio, como precio por nosotros, la sangre de Cristo; pero al recibirla, aunque enriquecido, el demonio quedó encadenado» (cap. 15). Más tarde dirá san Agustín} (Serm. CXXXIV) que la cruz fue a modo de una trampa en la que cayó el diablo.
El Libro XV resume toda la obra, reconoce que en todos los ejemplos aportados se trata de analogías, y que sólo una visión de Dios «cara a cara» nos permitirá ver más claramente lo que ahora aparece entre sombras en aquella imagen de Dios que somos nosotros mismos. En sus Epístolas (v.) aludirá después repetidamente a la gran oscuridad de los últimos libros de su obra, lo que ya manifiesta en la carta- prefacio que figura al frente de ésta, dirigida «al santo hermano y cosacerdote, el Papa (es decir, obispo) Aurelio», al cual la envía y dedica.
G. Pioli