Breve tratado de mística atribuido desde la Edad Media hasta el siglo pasado a Dionisio el Areopagita, primer obispo de Atenas, antes discípulo de San Pablo; considerado hoy como obra de un escritor, probablemente sirio, de finales del siglo V, influido en gran parte por el neo- platónico Procío.
La literatura cristiana le debe la exaltación de la ignorancia mística, el concepto paradójico de la absoluta divinidad como absoluta tiniebla, lo incondicionado, la negación de todo lo que es — es decir, de todo lo que es percibido por la conciencia superficial — y de la llegada al Absoluto por parte del alma como «una ignorancia divina» por vía de negación: «Cuidado con las contemplaciones místicas…, abandona los sentidos y las operaciones del entendimiento, y todas las cosas sensibles e inteligibles, todo lo que es y todo lo que no es; y, sin necesidad de demostraciones, acércate cuanto puedas a la unión con Aquel que está sobre la esencia y la ciencia; porque…, serás elevado al rayo sobrenatural de la tiniebla divina…; la benigna causa de todas las cosas… se muestra desnuda y verdadera sólo a aquellos que…, trascendiendo todas las cosas puras e impuras…, abandonan todas las luces y sonidos y celestiales discursos, y permanecen absortos en la tiniebla en que verdaderamente habita Aquel que está por encima de todo…
Éste es el verdadero ver y conocer, y el alabar supra- esencial, con el alejamiento de toda cosa». Cuando hayamos entrado en esta tiniebla, que supera a nuestro entendimiento, después de la total ascensión, nuestra plegaria se hará muda, y nos sumergiremos no ya en el breviloquio, sino en el silencio perfecto, y nos uniremos a Dios de un modo inefable. Ningún predicado que convenga a las cosas sensibles le conviene a la divinidad, que es la autora por excelencia de toda cosa sensible: «ni cantidad o cualidad, ni pasiones ni sentidos, ni cambio ni corrupción, ni siquiera algún predicado de las cosas intelectuales le conviene…; nada de lo que es conocido, ni de lo que es o no es, ni tiniebla ni luz, ni error ni verdad; porque cuando afirmamos o negamos todo de ella, nada verdaderamente le ponemos ni quitamos, pues ella todo lo supera, y está por encima y más allá de todo».
En esta obra, como en los Nombres divinos (v.), el autor fue el primero entre los escritores cristianos que buscó con franqueza y diligencia el desarrollo de la conciencia mística y la naturaleza de la unión con Dios en el éxtasis; y tan bien cumplió esta función, que los contemplativos posteriores encontraron en él reflejadas y en parte explicadas sus experiencias.
G. Pioli