De la Inmortalidad de las Almas, Antonio Paleario

[De immortalitate animarum). Obra en hexámetros latinos de Antonio Paleario (Antonio della Paglia, 1503-1570), publicada en tres libros en 1536. Refiriéndose al tra­tado De la naturaleza de las cosas (v.), de Lucrecio, el autor examina el problema de la Providencia y de su relación con el alma humana, y se propone refutar las afirma­ciones materialistas del poeta latino, para bien de la filosofía y de la religión. La armonía de la Creación prueba la existencia de Dios, puesto que un mundo coordinado con el sistema de los astros y la belleza de las cosas no puede menos de tener su divino regulador; por esto Dios ha creado el alma a su imagen y semejanza, y ella, a pesar de todos los atractivos del mundo, tiende ineluctablemente hacia su Hacedor. Su antiguo origen celestial explica el anhelo del hombre hacia el bien; Dios, que es perfección, coordina los elementos del mundo y explica el ascender del hombre en la cultura. Así el alma, liberada de sus cadenas, se eleva hasta Dios; superados el mal y toda atrac­ción pecaminosa, vuelve a encontrar su ver­dadero camino .(Libro I). Pero no siempre el hombre obedece a la evidencia del razo­namiento; todavía lo turban antiguos erro­res; no cree en la inmortalidad del alma, porque se abandona a consideraciones inspi­radas en la materia.

La revelación cristiana proporciona, sin embargo, el medio de as­cender a la suprema certidumbre: ya no basta la antigua sabiduría; se abre al hom­bre una nueva fe. Dios escucha a los buenos y a todos los que no ceden a los halagos terrenales. El alma es verdaderamente libre cuando no la oprime el cuerpo; y, cuando nosotros creemos que el hombre está muer­to, está más que nunca vivo en la luz eter­na (Libro II). El mundo está, pues, guiado por la sabiduría divina; los males, desde las pestilencias a las guerras y los terremo­tos, sacuden la tierra y muestran al hombre el destino purísimo de su alma; en el cielo le espera la inmortalidad. Finalmente, los cuerpos humanos volverán a resplandecer; una pena y un goce eternos serán respecti­vamente la recompensa para los malos y los buenos. Paleario no acepta la doctrina de la metempsícosis de los antiguos, pero combate la del Purgatorio cara a la «propaganda papal», (v. también La invectiva contra los Pontífices). La obra se cierra con la vi­sión majestuosa y terrible de Cristo juez, que deja oír desde lo alto de los cielos, semejante al trueno, su voz divina (Libro III). Alabado en el siglo XVI por Jacopo Sadoleto y Giambattista Pigna, este poema de Paleario, fuera de algún episodio, no muestra un gran vigor lírico; su importancia está más bien en la afirmación de algunos principios preferidos por los reformadores italianos. La trágica muerte de su autor, ahorcado por sentencia de la Inquisición, revistió el poema de un carácter de impie­dad y de rencorosa polémica que, en el fondo, le era extraño; fue después tradu­cido en Venecia, en 1776, por el abate Pastori.

C. Cordié