De la Falsa Embajada, Anónimo

En 346 a. de C. Atenas ne­gociaba con Filipo II de Macedonia la paz llamada de Filócrates: con esta paz Atenas veía su prestigio grandemente disminuido, de una parte porque se reconocían las am­pliaciones del dominio y de la influencia de Macedonia en la península calcídica, en la Tracia, al norte de Grecia, y de otra porque Filipo logró retardar la convalida­ción del- tratado hasta que tuvo a punto una expedición contra los focenses: cuando los embajadores atenienses entraban en Ma­cedonia con el tratado jurado por el rey, éste invadía Fócida con las armas, adueñándose de las puertas de Grecia. El dis­gusto en Atenas fue grande, y de él se hizo portavoz Demóstenes (384-322 a. de C.), que había participado en el tratado y que ahora acusó a Esquines, orador político adversario suyo y favorable a Filipo, que también ha­bía intervenido en el tratado, de haber obrado de acuerdo con Filócrates en interés de Filipo, al que se había vendido. El pro­ceso, en el que Demóstenes pronunció el discurso titulado De la falsa embajada, se vio en 343. Demóstenes no tenía ninguna prueba directa de la supuesta prevaricación de Esquines: el largo discurso es un análi­sis de los acontecimientos, tratando de de­mostrar que su curso sólo pudo ser debido a la deliberada voluntad de Esquines de engañar al pueblo ateniense; lo que a su vez sólo podía explicarse con su prevari­cación.

La argumentación está, por tanto, constituida por un meticuloso relato de los hechos, que, paso a paso, arroja luz sobre la responsabilidad de Esquines y refuta su defensa: la conclusión es que la interven­ción de Esquines ha sido nefasta para Ate­nas; si algo bueno se consiguió fué a des­pecho suyo. Afirma luego que no se trata, por parte de Esquines, de un error, sino de un deliberado propósito de engañar al pue­blo : lo demuestra con un análisis de las últimas negociaciones. Aquí Demóstenes justifica su propia obra y desacredita a Es­quines, revelando las miserias y corrupcio­nes de su vida pasada y reciente, y atacan­do a sus defensores, entre los que se en­contraban personas de un cierto prestigio. La argumentación, resumida en un vigoro­so epílogo, termina invitando a los jueces a vengar las miserias de Grecia causadas por los traidores. Esquines se defendió con un admirable discurso y fué absuelto, aun­que por una exigua mayoría; la verdad es que debió la absolución a consideraciones políticas, pues no se quiso poner en peligro la paz con Filipo. Moralmente, la victoria fué de Demóstenes, que se convirtió en jefe de la política ateniense, preparándose para el sublime sacrificio de Queronea.

A. Passerini