[De quantitate animae]. Diálogo filosófico de San Agustín (Aurelius Augustinus, 354-430), compuesto en Roma al principio de 388. Su amigo Evodio propone a San Agustín seis cuestiones: origen del alma, su cualidad, cantidad, unión con el cuerpo, sus modificaciones en esa unión, y sus transformaciones al separarse de él.
A las dos primeras cuestiones responde brevemente que viene de Dios y es semejante a Dios. Para responder a la tercera comienza con la distinción entre dos géneros de magnitud: una de masa y tamaño de espacio ocupado, y otra de poder y virtud. La primera es propia del alma y tiene siete grados: el alma vivifica al organismo vegetativo, le presta la virtud sensitiva, es sujeto de las facultades intelectivas razonadoras y de los valores morales; dirige la acción, y se confía a la contemplación de la verdad. San Agustín conduce a su interlocutor, a través de un compendioso tratado de lógica geométrica, a las conclusiones de que las tres magnitudes fundamentales corpóreas: el punto, la línea, la superficie, no se perciben con los órganos de los sentidos, y que el alma no es corpórea, porque concibe separadamente las tres magnitudes inseparables en el cuerpo. A la objeción de que el alma crece con la edad, responde que esto no sucede de manera proporcional al crecimiento del cuerpo ni tampoco a la duración de la vida, que sólo metafóricamente se puede hablar de «incremento», que en realidad son sólo mejoramientos y embellecimientos del alma (incidentalmente toca la cuestión de las «ideas innatas», profesando admitir que «el alma trae consigo todas las artes desde el nacimiento», pero en las Retractaciones (v.), explica que no debe implicarse con esto su preexistencia), y que las fuerzas crecientes del cuerpo no son motivo de aumento de las del alma.
En la cuestión de la coextensión del alma con el cuerpo, niega que, aun sintiendo ella a través de todo el cuerpo, esté materialmente difundida en cada parte de él. Examina y discute la definición del hombre, y si en los animales se da ciencia y razón (les reconoce la superioridad, sobre el hombre, del conocimiento instintivo); a la cuestión planteada por el hecho de la multiplicación, por él mismo observada, de algunos animales inferiores por disección; esto es, si dividiendo el cuerpo se divide también el alma, responde que, por el contrario, las partes di- seccionadas pueden seguir viviendo sólo en cuanto permanece en ellas toda el alma única, la cual no estaba presente en el cuerpo de tal modo local ni parcialmente, sino toda entera. Termina la discusión concluyendo que «si el alma no es lo que es Dios sin embargo, de lo que Dios creó nada hay más cercano a Él». El libre albedrío no existe para que caprichosamente se perturbe el orden divino; le fue dado por Aquél que es sapientísimo e invictísimo Señor de todas las criaturas. De la cuantidad del alma más que a los diálogos de Cassiciaco, se aproxima a un tratado filosófico del cual posee, si no la cualidad, el orden, el rigor y la precisión. [Trad. española de los PP. fray Victorino Capánaga, fray Evaristo Seijas. fray Eusebio Cuevas, fray Manuel Martínez y fray Mateo Lanseros en Obras de San Agustín, tomo III (Madrid, 1951)].
G. Pioli