[De consideratione]. Tratado teológico-moral-político, en cinco libros, del teólogo y místico francés San Bernardo de Claraval (Bernard de Clairvaux, 1091-1153), dedicado a su antiguo discípulo el papa Eugenio III, y compuesto entre 1149 y 1152 ó 53. Se le ha definido como «el manual del perfecto pontífice» y como el «examen de conciencia de un Papa». Está concebido con espíritu de «afecto materno» hacia el antiguo discípulo, cuya suprema grandeza, unida a la extrema debilidad de la naturaleza humana, exige sobre todo una lección de humildad. «Sólo un santo puede sentarse sobre el trono más excelso; sólo con el asiduo cuidado («consideratio») del alma propia, podrás salvar las almas de los demás. Imita, no a los Papas más recientes, sino a los Papas mejores, tales como San Gregorio Magno, en el cultivo de tu alma.»
Rodéese el Papa de colaboradores dignos y fieles para la administración de la Curia y para las funciones del Sacro Colegio de Cardenales, y, si es preciso, ármese del látigo para arrojar a los profanadores del templo. «Preside para proveer, no para imperar: pésima pasión. Que los legados pontificios estén dotados de espíritu de abnegación, no de avidez o dinero: busquen el fruto, no el provecho propio; vuelvan a Roma cargados de botín espiritual, no de dinero y joyas. Dejad que las causas civiles y los intereses económicos sean tratados por el rey o el príncipe; no invadáis los campos de otro.» Otra denuncia de San Bernardo se refiere a las malas costumbres del clero regular y a la irregularidad de las ordenaciones eclesiásticas. También para con los infieles, judíos, herejes y cismáticos — aunque estén fuera de la Iglesia — es el Papa deudor.
A la violencia de los musulmanes y de los bárbaros, opóngase la violencia; pero la conversión de los infieles se consigue «más con la palabra que con la espada». En cuanto al poder temporal de los Papas, le repugna ver al sucesor de Pedro «ornado de seda y de piedras preciosas, cubierto de oro, guardado por gendarmes, rodeado de una corte clamorosa…, como un sucesor de Constantino». Bernardo usa aquí por vez primera el símbolo espiritual de las dos espadas, que más tarde será consagrado por Bonifacio VIII. El soberano pontífice tiene en la mano dos espadas: la espiritual y la material; pero tú, usa «la de la palabra, no la de hierro…, es el emperador quien, a requerimiento del Papa, debe usar para la defensa de la Iglesia la espada material».
En el caso de que un soberano viole los derechos de la Iglesia, «ten un valor más que humano… Que quien desprecie tu juicio, tema el efecto de tus plegarias… y aprenda que no es un hombre, sino un Dios, quien está irritado contra él». El quinto libro tiene por objeto la filosofía pura, los seres superiores a nosotros: Dios y los ángeles. Se han comparado las críticas del monje cisterciense de Claraval a la Iglesia con las del fraile agustino de Wittemberg, cuatro siglos después; pero si los sentimientos y el lenguaje coinciden en apariencia, el fin es bien distinto; el De Consideratione es el manual predilecto de los Papas, y su autor, el «doctor melifluus», fue elevado a los altares.
G. Pioli