Libro de ensayos, ya publicados anteriormente en distintos periódicos y revistas, del gran escritor español José Martínez Ruiz, «Azorín» (1873-1967), aparecido en Madrid en 1922. En una advertencia preliminar, «Azorín» señala la trayectoria ideológica que da estructura a la obra: «La trayectoria va de Granada a Castelar. En fray Luis de Granada se inicia la lengua castellana moderna: Granada la escribe y da, en la Retórica, su estética. Da su estética también el autor del Diálogo de las Lenguas». Ya en el siglo XVII la lengua está formada, y Saavedra Fajardo, en la prosa, y Lope de Vega en la poesía, ofrecen el «máximum de la potencialidad expresiva del idioma». Pero «los escritores clásicos, impersonales, reflejan impersonalmente la realidad exterior. Los románticos, exaltados, mezclan su yo a todos los paisajes, escenas y espectáculos del mundo. Los clásicos vivían para el mundo. El mundo vive para los románticos». Esta nueva perspectiva es reseguida en Meléndez Valdés y estudiada, en su máxima plenitud, en Castelar.
Los ensayos, como es característico en Azorín, tienen más valor como obra de arte que como obra específicamente crítica. Se inician con un «A manera de prólogo», en forma dialogada, en el que se pone de manifiesto el lamentable estado de la cultura española en relación con la francesa. Pasa revista, después, y dentro de la arquitectura total ya señalada, a «Granada y la retórica», «El Diálogo de las Lenguas», «Saavedra Fajardo», «En torno a Lope» (sobre las Rimas sacras y el Isidro, v.), «Meléndez Valdés» y «Castelar», el infatigable trabajador por quien «Azorín» siente una profunda admiración. La obra termina con un «A manera de epílogo», en el que «Azorín» lanza la terrible afirmación: «Los grandes clásicos españoles son a modo de antiguos y abandonados palacios. Pocos son los que entran en esos viejos edificios. Se habla de ellos por lo que se ve desde fuera». En ese epílogo, insiste de nuevo sobre fray Luis de Granada y dedica un apartado a «La utilización de los místicos», en el que intenta encontrar el punto exacto en que «racionalistas y místicos podemos entendernos».