[The Four Millions]. Es el primero, y uno de los más famosos, de los doce volúmenes de novelas del humorista norteamericano O. Henry (William Sidney Porter, 1867-1910), publicado en 1899.
Los «Cuatro millones» son los habitantes de la Nueva York de hace cincuenta años. Encontramos, entre ellos, deliciosas parejas de esposos, y entre ellas, la más tiernamente encantadora es la del «Regalo de los Magos»: la mujer sacrifica los cabellos, su mayor belleza, para comprar una cadenita para el reloj del que tan orgulloso se muestra el marido, y a la vez, el marido sacrifica este reloj para comprar a la mujer peinetas para sus hermosos cabellos. El mismo sentimentalismo tierno y burgués se hace patente en las demás novelas afines: «Servicio de amor», «En el pescante con el cochero», «Romántica historia de un ocupadísimo agente de cambio». No faltan tampoco los cónyuges que riñen constantemente, como los dos protagonistas de «Entre una ronda y otra» y los de «Memorias de un perro amarillo», en la que el can se hace solidario con el marido tiranizado por la mujer.
O. Henry es insuperable manejando el fácil «pathos» de las muchachas que padecen hambre («El cuarto de la buhardilla», «La puerta verde» y «Primavera a la carta») o bien el «pathos» de los enamorados rechazados o desesperados como Tobin («La palma de Tobin») que afortunadamente encuentra a su novia gracias a las advertencias de una quiromante; o bien el protagonista de «El Califa, Cupido y el reloj» y de «Por correo», en la que el enamorado se reconcilia con la muchacha amada, a través de una serie de mensajes cambiados de un extremo al otro del parque por un muchachito; o el «Farmacéutico enamorado del filtro amoroso de Ikey Schonstein», que para adormecer al rival afortunado prepara un somnífero que bebe en su lugar el padre de la muchacha, que gracias a eso puede ser raptada. Una ironía fácil multiplica los tipos de vagabundos que después de huir constantemente de la prisión, son arrestados precisamente cuando se proponen cambiar de vida («El policía y el vagabundo»), o de policías que no se atreven a detener a su amigo encontrado después de veinte años de buscarlo arrostrando toda clase de peligros («Veinte años después»).
A veces, logra el autor alcanzar la poesía, como en la narración «El cuarto alquilado», historia de un joven que busca a su novia en todas las pensiones de gente de teatro. A la dueña que le lleva a ver un cuarto, le pregunta ansiosamente si no ha estado habitado por una joven cantante que tenía un gran lunar en la ceja izquierda. La dueña niega. En la estancia hay un perfume conocido, pero en vano busca el joven algún indicio. Cuando se queda solo, tapa todas las rendijas, abre el gas y se tiende tranquilo sobre la cama. En la calle, la dueña de la casa bebe cerveza con una amiga que la felicita por haber logrado alquilar el cuarto: no era fácil después de un suicidio. Bella es también «Una historia no acabada»: Dulcie, empleada en un gran almacén, vive con sus seis dólares de sueldo a la semana. Una tarde es invitada a comer, por primera vez en su vida, por un tal Piggy, feo, tonto y vulgar, que notoriamente especula con el hambre de las empleadas de grandes almacenes. Sin embargo, Dulcie está contenta ante la perspectiva de una verdadera comida y de una tarde de abundancia. Pero cuando le anuncian a su galán, le falta el valor de seguirlo, atemorizada por la mirada de reproche del general Kitchener (el héroe romántico de Dulcie) desde la fotografía que ella tiene sobre su cómoda, y pasa la noche en ayunas. Como en las obras de todos los grandes humoristas, también en las narraciones de O. Henry aparece a veces la melancolía, si bien hay pocos que sepan como él hacer brotar la sonrisa, como en «Un cosmopolita en el café», «Snobismo vacío», etc. Su estilo logra los más delicados matices, sus tan humanas criaturas tienen dentro de sí luz de fábula. Este delicado equilibrio es el signo inconfundible de su arte.
A. P. Marchesini