Cuarteto de Debussy

Compuesto y es­trenado en París en 1893, está concebido para la clásica formación del cuarteto de cuerda. Escrito un año después del Prelu­dio a la siesta de un fauno (v.), unos años antes de los Nocturnos (v.) y mientras ya estaban acumulándose las páginas del Pélleas y Melisande (v.), esta obra revela en Claude Debussy (1862-1918) un músico que ha de luchar con un esquema de com­posición consagrado por decenas de obras maestras, durante más de un siglo de tradi­ción cuartetística, de Mozart y Haydn hasta Brahms y César Franck. Y a pesar de que los oyentes y los críticos de los años que vieron aparecer este cuarteto se sorpren­dieron ante su modernidad de estructura, hoy no se puede menos de tenerlo por una obra que figura entre las menos renovado­ras de Debussy, aunque no fuera más que por el corte exterior de este cuarteto que se adapta ágilmente a los esquemas tradi­cionales, violados de manera mucho más audaz por algunos de los últimos cuartetos de Beethoven.

La distribución de sus tiem­pos es la del cuarteto clásico: «allegro», «scherzo», «adagio» y «allegro finale». Tam­bién la construcción de cada uno de ellos está fundada sobre el tradicional bitematismo. Dentro de estos términos se inserta toda la novedad de la fantasía de su autor, sobre todo por medio de su conducción ar­mónica extremadamente libre que se ha­bía afirmado con el Preludio a la siesta de un fauno y por medio de un sentido tímbrico del empleo de los cuatro instrumentos de arco que crea una materia sonora fos­forescente, de espléndida y sensual ductibilidad. Sobre estos elementos ha reali­zado Debussy su obra; y con este equili­brio entre las exigencias de su propia fan­tasía y los datos de una forma musical fijados por una tradición secular, Debussy ha realizado una de sus obras más serenas, con una serenidad velada solamente por una sombra de melancolía, y que alcanzará más tarde plenamente en la contemplación de la naturaleza, en obras como el Mar (v.), Iberia (v. Imágenes) y como en muchos Preludios (v.).

A. Mantelli

El Cuarteto de Debussy lleva bien defi­nido el sello de su estilo. Aunque su for­ma sea extremadamente libre, todo en él está delineado con claridad y concisión. La concentración no excluye una riqueza de sensaciones que impregna el tejido armó­nico de profunda y original poesía. Su ar­monía, aunque extraordinariamente audaz, tampoco es en ningún momento áspera ni dura. Debussy se complace de modo par­ticular en un subseguirse de ricos acordes que son disonantes sin crudeza, y, en de­finitiva, en medio de su complejidad resul­tan más armoniosos que cualquier asonan­cia. Sobre ellos su melodía se desarrolla como sobre un suntuoso tapiz sobriamente arabescado, y tejido de extraños colores, pero ninguno de cuyos tonos es violento ni discordante. (Dukas)