[Kristina]. Drama histórico del sueco August Strindberg (1849-1912), publicado en 1903. El primer acto se desarrolla en la capilla de palacio: es la conmemoración del gran Gustavo Adolfo, padre de la reina, entonces de veintisiete años. Todos los grandes dignatarios del Estado están presentes. Pero la escena, en lugar de ser solemne y grave como la circunstancia parecería requerir, es una especie de mascarada histórica en forma de comedia, porque la atención del escritor contemporáneo está dirigida a mostrar a los varios amantes de Cristina, desde el joven y sentimental Klas Tott hasta el embajador español. En el segundo acto, que se desarrolla en el gabinete del grave hombre de estado Oxenstierna, se opone a la Cristina pródiga en favores amorosos, la mujer locamente despilfarradora de lo que no es suyo: «Eres como una artista — le dice Oxenstierna —: tan desordenada, despreocupada, ligera».
El tercer acto nos muestra a Cristina en el aspecto de comediante que, cuando amenaza una sublevación popular, piensa en estrenar un ballet, y contesta a su primo Carlos Gustavo, que vuelve a pedirle su mano, con descaradas bromas: « ¡Quiero darte un beso! Eres tan lindo… Aunque huelas a aguardiente… si no me equivoco». Su admirador Tott dice de ella en este tercer acto: «La corona que los reyes suelen ponerse a la cabeza, ella la coloca bajo sus pies. Estoy casi seguro de que cualquier día la enviará a paseo». Que es lo que, ante la sublevación del pueblo, se ve obligada a hacer en el último acto. « ¡Ya no soy reina!», dice a su enamorado. « ¡Sólo soy la dueña de tu corazón!», pero Tott, inesperadamente, la insulta: Cristina le ha sumido en un torbellino de deseos impuros, decepcionándolo. Cristina tiene de histórico sólo el nombre de los personajes; y en efecto, se parece más a la comedia moderna que al drama histórico. Cristina es, en el fondo, una coqueta ligera y sin corazón, pródiga de sus gracias y del dinero ajeno, sólo preocupada en disfrutar del momento presente, sin tolerar el menor ligamen ni deber; una cortesana, en suma, disfrazada de reina, con la viveza, la gracia, la despreocupación y el brío que suelen atribuirse a dicha clase de mujeres. Cuando Carlos Gustavo, el grueso sucesor al trono, se arrodilla al entrar y luego se levanta con precaución y se sacude el polvo, Cristina, cogiéndole por la barbilla le dice: «Buenos días, Carlitos, como siempre sin afeitar y temeroso de sus vestidos… ¿Por qué no te has arreglado la barba? ¡Ven, cerdito mío, siéntate!». Estas vivas frases son la parte más animada del drama.
V. Santoli