Obra monumental en latín dirigida por Theodor Mommsen (1817-1903), cuyo primer volumen apareció en 1863; la publicación continuó bajo la dirección de Mommsen hasta su muerte; fue integrada e interrumpida en años sucesivos. En 1854 la Real Academia literaria de Prusia, movida, más que por las reiteradas proposiciones de Mommsen, por el magnífico ensayo por él ofrecido de una gran colección de epígrafes en orden topográfico y con índices sistemáticos en su volumen, Inscriptiones regni neapolitani latinae (1852), le confió el encargo de dirigir la colosal publicación. Para las Inscriptiones urbis Romae latinae, se asoció con Henzen y con Giovan Battista de Rossi, residentes en Roma; este último dirigió la colección de las Inscripciones cristianas de la ciudad de Roma anteriores al siglo séptimo (v.); colaboraron también con él otros filólogos, la mayor parte discípulos suyos.
Además del primer tomo, «Inscriptiones latinae antiquissimae», que llega hasta la muerte de César (y que trata también de las inscripciones de las monedas, de los «tituli consulares», de los «elogia» de personajes insignes de la república, de las «acta triumphorum», en colaboración con Henzen), Mommsen compuso también el tomo III: inscripciones de Asia y de las provincias griegas de Roma; el tomo V, en dos volúmenes, dedicado a la Galia Cisalpina; el IX, a Calabria, Apulia, Samnio, Sabina, Piceno; el tomo X, en dos volúmenes, dedicado a los Abruzos, Lucania, Campania, Sicilia, Cerdeña, colaborando también en el tomo VIII: «Africa Latiná», en seis volúmenes, y en el XII, «Gallia Narbonensis». No regateó consejo ni ayuda a los autores de los demás volúmenes, revisando sus trabajos y enriqueciéndolos con notas. En el prefacio del primer volumen, Mommsen declara haber aceptado con espíritu de obediencia el pesado encargo, renunciando a otros trabajos «si no más útiles, por lo menos más gratos», en aras del bien general del mundo literario. «Era de temer, en efecto, que después de frustrarse todas las tentativas hechas durante un siglo, la empresa de la Real Academia de Berlín se estrellase también contra el fracaso y que, abandonada para siempre la esperanza de llegar un día a poseer un «corpus», tuviésemos que conformarnos con colecciones particulares regionales, según provincias, obteniendo siempre tan sólo cuadros parciales incompletos, faltos de visiones de conjunto y compilados por personas de alcances limitados.
El servicio que Mommsen prestó con su «corpus» a la cultura clásica, a la historia y a la arqueología fue inmenso. Si su Historia de Roma (v.) ha sido objeto de discusión, su Colección de las Inscripciones ha creado una deuda de reconocimiento hacia su memoria.
G. Pioli