Corpus Hippocraticum, Hipócrates

Bajo este título están reunidos los artículos (53 en 72 libros, según Littré) atribuidos a Hipócrates (siglos V-IV a. de C.). Aun dejando aparte aquellos cuya procedencia la mayo­ría de los críticos está de acuerdo en atri­buir a fuentes diversas, queda siempre un número respetable de obras que con toda seguridad pueden ser atribuidas a Hipócra­tes y su escuela, cada una de las cuales es de particular valor porque refleja el alto nivel alcanzado por el arte médico de Hipócrates, en contraste con la medicina sacerdotal y con la empírica hasta entonces imperante en el mundo mediterráneo.

En los libros éticos del Corpus Hippocraticum («Del médico», «Del hábito decente», «De la ley», «Del arte», «Sobre la antigua me­dicina», «Del comportamiento del médico», «De las prescripciones») la exaltación del arte médica y de la misión del médico es­tán hechas con una nobleza de intenciones y con un sentimiento de humanidad ja­más superados, hasta el punto de conservar todo su valor aún en nuestros días: «El médico que es al mismo tiempo filósofo, es semejante a los dioses. No hay gran dife­rencia entre la medicina y la filosofía, por­que todas las cualidades del buen filósofo deben encontrarse asimismo en el médico: desinterés, celo, pudor, aspecto digno, se­riedad, juicio tranquilo, serenidad, decisión, pureza de vida, práctica en dictaminar, co­nocimiento de lo que en la vida es útil y necesario, reprobación de las cosas perver­sas, un espíritu libre de sospechas, devoción a la divinidad.» Y en otro lugar: «Para el médico es indudablemente una gran reco­mendación tener buena apariencia y estar bien alimentado, porque la gente piensa que los que no saben cuidar bien del propio cuerpo no estarán en situación de atender al cuidado de los de los demás. Debe saber callar en el momento oportuno y llevar una vida arreglada, porque esto contribuye mucho a su buena fama.

Su continente de­be ser el de un hombre honrado y como tal debe mostrarse, con todos los hombres honrados, amable y tolerante. No debe obrar impulsivamente ni con precipitación; debe ofrecer un rostro tranquilo, sereno y ja­más debe estar de mal humor, pero por otra parte no debe tampoco ser jovial en exceso.» «En el momento en que el médico entre en la habitación del enfermo, acuérdese de estar atento al modo de sentarse, al modo de comportarse; debe ir bien ves­tido, guardando serenidad en su cara y en sus actos; debe atender al enfermo con solicitud, contestar con tranquilidad a las objeciones y no perder la paciencia y la calma ante las dificultades que se le pre­senten… Todas las prescripciones del mé­dico deben ser hechas en forma amistosa­mente tranquila. Que nada trasluzca al en­fermo de lo que pudiere ocurrirle o de lo que eventualmente le amenaza, pues ello ha impulsado a muchos enfermos a tomar resoluciones extremas.» «Donde hay amor para el hombre hay también amor para el arte. No hay mal alguno en que el médico se encuentre cohibido ante el enfermo… Que llame a consulta a otros médicos. Los médicos que se encuentren reunidos en con­sulta no deben nunca disputar entre sí con acrimonia ni ponerse mutuamente en ri­dículo.» Cuáles deben ser los principios mo­rales del médico, resalta, en fin, del llama­do Juramento de Hipócrates (v.), en el cual se encierra una ética profesional válida en todos los tiempos.

Los escritos «De la na­turaleza del hombre», «De la alimentación», «De la antigua medicina», «De los aires, de las aguas, de los lugares», «De las epide­mias», «De los preceptos», «De la anato­mía», «De los humores», «De las crisis», «De los días críticos», etc., exponen, cada uno por el tema que aparece en el título, la tendencia verdaderamente biológica de la medicina hipocrática, derivada, no sólo de sus tendencias filosóficas, sino también de la suma de las observaciones y expe­riencias directas. Si los conocimientos ana­tómicos son escasos e inexactos, por la falta de una práctica de disección, las nociones de fisiología y de patología, expuestas con singular agudeza, conducen a la formula­ción de doctrinas fundamentales, como las de la patología humoral y de la patología constitucional. «De los aires, de las aguas, de los lugares» viene a ser propiamente un auténtico tratado de hidroclimatología mé­dica: «Quien quiera ocuparse de medicina debe examinar atentamente las estaciones y lo que cada una de ellas pueda causar…; después debe considerar los vientos, fríos o cálidos, dominantes en aquellos lugares, finalmente la cualidad de las aguas por­que, tal como difieren en sabor y en peso, así también sus respectivos efectos son muy diferentes.

Debe igualmente observar el mo­do de vivir de los hombres, lo que les gus­ta, lo que beben y lo que comen, si se de­dican a ejercicios físicos o si comen mucho y beben poco. Todo esto un médico debe saberlo exactamente, porque entonces no le serán desconocidas las enfermedades loca­les y no se sentirá cohibido en el trata­miento de una enfermedad.» La importan­cia fundamental del diagnóstico y los cri­terios y normas a seguir para pronunciarlo y formular el pronóstico están recogidos en los escritos «De las predicciones», «De las prognosis», «De las prognosis de Coo», don­de se lee entre otras cosas: «Conviene em­pezar por las cosas más importantes y por las que más fácilmente se reconocen. Con­viene indagar todo lo que se puede ver, sentir, oír, todo lo que se puede reconocer y de lo que nos podamos servir.» De la ci­rugía, muy avanzada en determinadas ra­mas, se trata en los escritos «De las frac­turas», «De la reducción de las luxaciones» y también en «De las heridas y úlceras», «De las heridas de la cabeza», etc.; se trata de obstetricia y ginecología en los escritos «Del parto a los siete meses», «Del parto a los ocho meses». Las normas terapéuticas, formuladas en los diversos escritos y par­ticularmente expuestas en «De la dieta», parten del principio hipocrático según el cual la curación sucede por obra de la na­turaleza y el tratamiento es eficaz en la medida en que ayuda a la naturaleza en su acción: «La naturaleza es el médico de las enfermedades.»

Si la figura moral del mé­dico, trazada en los diversos escritos, se re­sume en el juramento, el complejo de co­nocimientos médicos hipocráticos está re­capitulado en los Aforismos (v.), algunos de los cuales son todavía hoy populares: «La vida es breve, el arte larga, la ocasión fugitiva, el experimento falaz, el juicio di­fícil.» Un interés particular tiene el si­guiente: «Los que enferman de fiebre cuar­tana (malaria) raramente son atacados por convulsiones; a su vez, los que sufren de convulsiones y después enferman de cuar­tana, se curan de las convulsiones.» Al cabo de 25 siglos Wagner von Jauregg introducía la malario terapia en el tratamiento de la parálisis progresiva y de otras psicosis.

R. Deotto