Contra Leócrates, Licurgo

Único discurso que nos ha quedado de Licurgo (comienzos del siglo IV-324 a. de C.). Se trata de un extenso acto de acu­sación contra Leócrates, modesto burgués de Atenas, el cual, a la primera derrota su­frida por los atenienses en Queronea (338 a. de C.), se había dejado arrebatar por el pánico y, antes que la asamblea decretase la llamada a las armas a todos los habi­tantes de la ciudad, a favor de la noche se había embarcado huyendo a Rodas. Pa­sados cinco años, creyendo que le habrían olvidado, volvió a Atenas, y Licurgo, el es­tadista que había recogido la gran herencia de Demóstenes en la reorganización de la resistencia de la ciudad contra Macedonia, le acusó de traición por haber abandonado la patria en peligro y pidió que fuera con­denado a muerte. Como el fundamento ju­rídico de la acusación era débil (la huida de Leócrates se produjo antes de las deli­beraciones de la asamblea que llamaba a las armas a todos los residentes de Atenas), Licurgo, para demostrar la execrable con­ducta de Leócrates, se extiende en su dis­curso pintando con vivos colores el peligro que había corrido Atenas, recordando la belleza del sacrificio de los caídos por la grandeza de la ciudad, sosteniendo que, si la acción de Leócrates no caía bajo ninguna ley, sólo era porque a ningún legislador se le había ocurrido que pudiera cometerse semejante culpa.

Así, en la narración de la fuga de Leócrates, y en la refutación de su defensa, continuamente se aplica el ora­dor a poner de relieve, sin preocuparse de­masiado de la desproporción entre los hechos y las teorías, que aquella fuga signi­ficaba traición, conduciéndole el desarro­llo oratorio de la tesis a una conmovida exaltación de la victoria de Salamina. De aquí que el orador pase a evocar, valiéndose de la historia y del mito, y citando a veces fragmentos muy largos de poetas, todo lo virtuoso y noble que Leócrates había aban­donado y traicionado al huir de Atenas: la patria, la religión, el amor familiar, los an­tepasados. Esta segunda fase del discurso, en la que el nombre del acusado se cita raramente, no fue probablemente pronun­ciada ante el tribunal, sino añadida o am­pliada en la publicación que Licurgo, para conmover más profundamente a la opinión pública, hizo más tarde. A pesar de la elo­cuencia de Licurgo, apasionada, vehemen­te, e incluso severa por ciertas durezas de su verbo majestuoso, Leócrates fue absuelto. De todas formas, la mayoría en favor del acusado fue sólo de un voto, y esto demuestra hasta qué punto el espíritu fun­damentalmente religioso, y la elevación mo­ral del orador, debieron corresponderse con el vivo sentido de solidaridad que ligaba a los ciudadanos del estado antiguo, y que los hacía más severos de lo que tal vez seríamos nosotros, para culpas que sólo de lejos amenazaban la integridad de la patria.

A. Passerini