[Considerazioni sopra le rime del Petrarca]. Este comentario de la poesía de Petrarca — el más importante que el siglo XVII nos ha legado — fue redactado apresuradamente por Alessandro Tassoni (1565-1635) durante su viaje a España en 1602, más tarde continuado y refundido varias veces, de tal manera que poseemos cuatro redacciones, de las cuales dos fueron impresas en 1609 y 1611 respectivamente. El crítico agudo y sagaz aflora a menudo, ora en la exégesis de pasajes oscuros, ora en comentarios que serán tesoro inapreciable para los comentaristas venideros, ora en la protesta contra la acusación de plagio que se le hace a Petrarca, protesta que apoya en documentos, mostrando un conocimiento de los poetas toscanos y provenzales muy poco común.
Sin embargo, más que como trabajo filológico, la obra de Tassoni es interesante como manifestación característica de su espíritu excepcional. Acá nos entretienen las alusiones a su vida privada, allá los dardos lanzados contra la Academia de la Crusca (a la cual él también pertenecía); en otro sitio las chanzas sobre la orden ecuestre del Toisón de Oro o sobre el júbilo de los cardenales después de su elección. Profesa una admiración grandísima por Petrarca a pesar de que no siempre va dirigida hacia sus mejores obras, pero se indigna contra los petrarquistas «calabazas secas», «cerebros de hormiga». Sin embargo, entre los dardos lanzados a los discípulos, no pocos alcanzan al maestro, al cual acusa, entre otras cosas, de haber abierto el camino al seiscentismo. Y no deja a veces de criticar en forma mordaz y sarcástica. Los petrarquistas reaccionaron con la erudita Respuesta de Giuseppe degli Aromatari (1611).
Tassoni se burló de ella en sus Consejos de Crescenzio Pepe da Susa (1611). De nuevo Aromatari se presentó en liza con los Diálogos de Falcidio Melampo- dio (1613). Pero Tassoni quiso decir la última palabra con su Toldo rojo, respuesta de Gerolamo Nomisenti (1613); y un eco de la polémica subsiste aún en Cubo robado (v.), puesto que la antipatía contra Brusantini, representado aquí en la persona del Conde de Culagna (v.), tuvo sus raíces en estas polémicas literarias.
E. C. Valla