[Considerazioni di Messer Fagiano sopra la seconda parte dell’ Occhiale del cav. Stigliani]. Vieron la luz en Venecia, en 1631, un año después de la Burla (v.), y se adelantan a esta obra por su horizonte crítico más amplio y por un juicio más maduro, el cual abarca casi toda la literatura italiana del siglo XIV al XVII. En ella, Nicola Villani (1590-1636) muestra sus raras dotes, ya que con bastante frecuencia juzga figuras pretéritas y contemporáneas «de un modo conforme a la verdad y que responde a nuestro juicio moderno». Como en la otra obra, también aquí Stigliani y Marino dan suelta a las caprichosas digresiones en que el autor glosa la poesía de los vivos y los muertos. Hablando de Dante dice que es «uno de los primeros poetas de nuestra lengua, particularmente en cuanto a la invención y a la sentencia», y que Petrarca es el «príncipe de los cantores toscanos».
A Tasso — dice Benedetto Croce recogiendo las palabras de Villani — le reprocha que «no razonase enteramente la persuasión y el movimiento de los afectos, que es el fin a que tiende toda la poesía; puesto que no puede negarse que la Jerusalén libertada (v.) sea poco poética, debido, creo yo, a la escasez de los detalles y a las sentencias, así como a que el lenguaje aparece con frecuencia demasiado rebuscado y pobre de simbolismos». Orlando furioso (v.), chocando «donde y cuando quiere con la descripción especial y precisa, con la sentencia adecuada y dictada por el corazón, o con la frase clara, diáfana y natural, no te lleva, sino que te arrastra unas veces a llorar, otras a reír, esperar o temer, de donde, guiados de la mano por la propia verdad, seréis guiados. Yo no leo nunca las desventuras de Olimpia, la muerte de Zerbino y de Brandimarte, las lamentaciones de Bradamante y la desesperación del moribundo Ruggiero, sin que por mucho que me reprima, pueda contener las lágrimas dentro de mis ojos. Pero cuando leo los lloriqueos de Erminia y de Armida, la muerte de Gildipe y Odoardo, o de Lesbino o cualquier otro… difícilmente siento ganas de verter lágrimas».
Villani fue el primero en captar todo cuanto había de vicioso en la forma literaria iniciada, en cierto modo, por Tasso: aquel estilo abundante y suntuoso que debía descarriar a tantos y que tan alejado se halla de la naturaleza y de la realidad. A propósito del Pastor fido (v.), de Guarini, dice: «El movimiento de las pasiones gusta de parecerse al ímpetu del rayo, que se oye y pasa; de igual forma, nuestras almas quieren ser tocadas simultáneamente por los ojos de los afectos; y ello se exige, ante todo, en la compasión y el dolor; pero que ‘nil citius crescit lacrima’ y con acumular lamentos… como suelen hacer los poetas modernos, se paraliza en definitiva el afecto y a veces el llanto se convierte en una risotada.» A propósito de monseñor de la Casa, que los puristas oponían a los modernistas, dice que «si como fue pesado componiendo y paciente en el enmendar, hubiese tenido ingenio poético y para él hubiese vertido con abundancia Hipocrene, habría alcanzado el puesto más elevado entre los poetas toscanos. Mas cuanto estudiando y con esfuerzo conquistó del arte, otro tanto la naturaleza, envidiando acaso los progresos de su émula, se mostró descortés de sí misma y de su gracia». «Eran — dice Croce — impresiones frescas, razonadas con precisión; y las impresiones frescas escaseaban entonces, o no llegaban a expresarse, en el curso de la poesía, debido a la misma doctrina principal, que llevaba consigo mayor pedantería en los críticos de la literatura.» Precisamente porque en Villani la doctrina no anduvo unida a la pedantería o no se dejó dominar, al menos, por ésta, y el buen gusto fue en todo momento su guía segura, le corresponde un puesto de primer orden en la historia de la crítica literaria del siglo XVII.
G. Franceschini