Concordancia del Antiguo y del Nuevo Testamento, Gioachino da Fiore

[Concordia Novi ac Veteris Testamenti]. Tratado exegético y profético de Gioachino da Fiore (alrededor de 1130-1202), compuesto ya en 1200. Sirve de marco al característico cuadro profético de da Fiore de un Antiguo y Nuevo Testa­mento, símbolo y preparación de un «novus ordo» encubierto en ellos. Puesto que la historia de la humanidad por él compen­diada en la revolución cristiana, no ha lle­gado a su plenitud con la economía del mun­do iniciada por Adán y que culmina en Noé, en quien Dios Padre ha manifestado su gloria, ni con la economía instaurada con Dios Hijo comenzada con Elíseo y cul­minada con la revelación de Jesús; ésta debería ser llevada a su cumplimiento por Dios Espíritu Santo, con una tercera eco­nomía anticipada por el monaquismo de San Benito, y procedente de las dos primeras economías, como la tercera persona pro­cede del Padre y del Hijo, y manifestar su gloria no ya oscura ni veladamente, sino en la plena glorificación de toda la Trini­dad. La tercera economía culminará en el retorno del profeta Elias; pero la economía del Hijo ya está en su ocaso: la Iglesia vi­sible quedará absorbida por la Iglesia es­piritual; Gioachino da Fiore muestra las señales precursoras del alba de la nueva epifanía divina, de la que él es su profético pregonero e iniciador.

A la primera era del Padre (en la que los hombres vivían según la carne, en temor y servidumbre, y en la cual dominaban los Patriarcas), y a la era del Hijo (en la que los hombres vivieron según la carne y el espíritu, en la fe, en la obediencia filial y en la que ha dominado la juventud), ha sucedido la era del Es­píritu Santo, en que se vivirá según el espí­ritu, en caridad, en libertad, en una reno­vada infancia de la humanidad. La simetría de las dos primeras eras — cada una con un precursor, un período de calma y de paz «sabática», dividido en siete épocas con otras tantas persecuciones — permite inducir, por analogía, las mismas fases para la era ter­cera. Analogías sofísticas, simetría más in­geniosa que geométrica, correspondencias fatigosas y poco persuasivas, es un edificio que no resiste a una seria crítica. La im­portancia de la artificiosa construcción está en la concepción filosófica que se sobreen­tiende en ella, de un orden racional in­manente en la historia, que se desarrolla en ciclos paralelos susceptibles de inducciones analógicas e inducciones finalistas con un triteísmo histórico correspondiente al triteísmo teológico; y además en los atrevidos puntos de vista de renovación religiosa que se insertan en esta trama, y que son desa­rrollados en el Comentario al Apocalipsis (v.). Si Gioachino da Fiore se atribuye a sí mismo en esta visión más la originalidad en la interpretación de los textos sagrados, preñados de sentido profético, que el don de profecía, la trompa que hace sonar tie­ne clamores de profetismo parusíaco. «Oportet mutare vitam: quia mutari necesse est status mundi».

«No esperéis sino en refugiaros en el arca, antes de que la ola voraz del diluvio brote vehemente del abis­mo. No seré yo quien impondrá fin a mi libro, sino el propio Señor… Cumplidos es­tos misterios, el séptimo ángel hará sonar la trompeta… y la edad de la paz se ins­taurará sobre la tierra». Las concepciones del clérigo Gioachino da Fiore han ejercido en la vida política y religiosa del Cristia­nismo durante un siglo y medio, una in­fluencia notabilísima bajo el nombre de «Joaquinismo», y de «Evangelio eterno», coincidiendo con el movimiento de las ór­denes mendicantes interesadas en mostrarse como las órdenes «espirituales» de sus profecías. Todos los grandes «espirituales» han sido «joaquinistas», como Pietro Olivi. Ubertino da Casale, Angelo di Clarino, Arnau de Vilanova, etc. El Beguinismo del Languedoc, y el movimiento de los «Fraticelli», en Italia, que influyó en Cola di Rienzo con propagaciones en el siglo XV en alemania y en Italia (un eco se halla en Savonarola), se encuadran también en la concepción joaquinista, alimentando toda­vía las corrientes de la Reforma que le dio nueva actualidad, a juzgar por las numero­sas ediciones publicadas en el siglo XVI.

G. Pioli