Conceptos Fundamentales de la Historia del Arte, Heinrich Wolfflin

[Kunstgeschischtliche Grundbegriffe]. Obra del historiador del arte suizo Heinrich Wolfflin (1864-1945) pu­blicada en Munich en 1915. En ella se es­tudia, dentro del ámbito del arte europeo, el tránsito estilístico del siglo XVI al XVII, del Renacimiento al Barroco. El libro está en­teramente ocupado por cinco pares de con­ceptos, o mejor dicho, de esquemas, que definen, según el autor, los más elementa­les y comunes caracteres de estilo de cada uno de los dos períodos considerados. El primer par trata de la antítesis entre lo li­neal (o plástico, o diseñativo) y lo pictó­rico; el paso del primero al segundo de estos términos designa, según el autor, pre­cisamente la nueva orientación formal del arte barroco. El estilo lineal por representar las cosas según sus caracteres táctiles de contorno y de superficie, acentúa sus límites, los aísla, considerándolos como cuerpos só­lidos y palpables; el estilo pictórico, en cambio, tiende a la pura apariencia óptica, a lo indeterminado, a la mudable visión de conjunto.

A esta primera antítesis funda­mental, afín con el binomio táctil-óptico de Riegl (v. Arte decorativo romano tardío) pueden referirse en el fondo todos los es­quemas siguientes, que atañen a los desarrollos desde la visión de la superficie a la visión de la profundidad (el arte clásico del siglo XVI refiere todas las partes de la composición a una superficie plana, mientras que el Barroco acentúa sus superposiciones); de la forma cerrada, de la coordinación y de la sinteticidad constructiva a la forma abier­ta y suelta; de la unidad clásica, hecha de numerosas partes independientes aunque ar­mónicamente unidas con el todo, a la uni­dad barroca, obtenida por la concentración de todas las partes en un motivo único, o con la subordinación absoluta al elemento principal: en fin, de la claridad absoluta de la representación en cada una de sus partes, a la claridad relativa del conjunto. Para aclarar y justificar sus propios esquemas, Wólfflin analiza en sugestivas aproximacio­nes muchas obras de pintura, escultura y ar­quitectura preferentemente de análogo tema, de los siglos XVI y XVII; por ejemplo, un grabado de Durero junto a uno de Rembrandt, un retrato del Bronzino junto a uno de Velázquez. Lo lineal y lo pictórico no son, sin embargo, para nuestro escritor, es­quemas sólo aplicables a los siglos XVI y XVII, sino que más bien constituyen dos tipos opuestos generales, del ver, o «cate­gorías de la intuición», válidos tanto para la arquitectura y las artes decorativas como para la pintura y la escultura, y capaces de asumir cada uno de los más diversos con­tenidos: dos polos entre los cuales periódi­camente oscila todo el curso del arte, hasta el punto de que el paso de uno a otro pue­de ser observado desde luego en diversas condiciones hasta en el arte gótico medie­val.

Limitándose a estudiar y poner en evi­dencia en sus variaciones el más profundo sustrato óptico que en el curso de los siglos está en la base de las representaciones ar­tísticas más diferentes, es posible, según Wólfflin, trazar la historia de un desenvol­vimiento de la visión que se actúa por in­terna necesidad para el cual las diferencias de los caracteres individuales y nacionales no tienen significado alguno. Aunque no desconozca el valor de la personalidad y la existencia de las «constantes» étnicas, el au­tor puede así afirmar, por ejemplo, que una fachada barroca romana tiene el mismo de­nominador visual que un paisaje holandés de Van Goyen. De aquí la idea a menudo mal interpretada, pero notablemente afor­tunada hasta en la historia literaria, de una «historia del arte sin nombres de artistas». Naturalmente Wólfflin conoce perfectamen­te los límites de su investigación, dirigida únicamente a establecer la necesaria perte­nencia de todo artista a un determinado tipo de ver; sabe que una cosa es estudiar la belleza de Leonardo o de Durero y otra el elemento común en que aquella belleza ha tomado forma: no se le oculta siquiera que los esquemas por él formulados son ge­neralizaciones empíricas, forzosamente os­cilantes e imprecisas. Con todo, su concep­ción no ha escapado a las mismas críticas dirigidas a la teoría de la «pura visibilidad» (v. Escritos acerca del arte de K. Fiedler), de la que deriva, ni especialmente al repro­che de haber puesto como fundamento de la historia del arte entidades formales abs­tractas y en sí inexpresivas, cuya necesidad evolutiva no es bien comprensible. De todos modos, a la obra de Wólfflin le queda el mé­rito indiscutido de haber afinado grande­mente contra un vasto cerco de intereses históricos, el análisis visivo de las obras de arte. [Trad. de J. Moreno Villa (Madrid, año 1936)].

G. A. Dell’Acqua

Mejor que el título de crítico, le conviene el de filósofo del arte, y, por decirlo con mayor exactitud, el de filósofo de la histo­ria del arte. (E. d’Ors)