Cohetes, Charles Baudelaire

[Fusées]. Especie de diario ín­timo de Charles Baudelaire (1821-1867), es­crito hacia 1851 y publicado en las Obras póstumas; ha alcanzado cierta notoriedad debido a su riqueza psicológica, al tono epi­gramático y a la excepcional evidencia del estilo. Son ramilletes de notas singularmen­te crudas, sencillísimas, sin cuidar de reite­raciones y refritos. En algunas es curioso encontrar, más o menos cuidadosamente abocetados, motivos de las Flores del mal (véase) y de los Pequeños poemas en pro­sa (v.) (es hermosísimo el doble fragmento sobre la nave). En otros momentos preva­lecen anotaciones estrictamente personales, reglas de vida, preceptos higiénicos, exhor­taciones morales; y en éstas, sobre todo, se puede captar la «forma mentís» caracterís­tica de Baudelaire, quien transfigura invenciblemente todo incidente de su vida, transfiere todas sus experiencias psicológicas a un plano filosófico universal y enriquece estas confesiones con máximas, casi siem­pre mordaces y agudas. La religión ocupa una gran parte: «Dios es el único ser que, para reinar, no tiene ni siquiera necesidad de existir»; «En la plegaria hay una opera­ción mágica.

La plegaria es una de las grandes fuerzas de la dinámica intelectual. Hay en ella un poder magnético»; «España pone en su religión la ferocidad natural del amor»; «El estoicismo, religión con un solo sacramento: ¡el suicidio!» Se han hecho cé­lebres muchas de sus tajantes sentencias so­bre el amor: «El amor quiere salir de sí mismo, confundirse con su víctima como el vencedor con el vencido, y a pesar de todo conservar los privilegios del conquistador.» Es conocidísima una febril y romántica de­finición, voluntariamente subjetiva, de lo bello. Pero, en general, cada página es una pequeña mina de pensamientos de descon­certante intensidad sobre los asuntos más variados. El breve diario acaba con algunas páginas, de terrible violencia satírica, sobre el materialismo creciente en la sociedad moderna, sobre el predominio de los inte­reses materiales, el poder opresor del di­nero, etc., que han de unirse con las ideas de Baudelaire sobre la civilización y con la insistente polémica contra la idea del progreso (v. Mi corazón al desnudo).

M. Bonfantini

Así era el espíritu de Baudelaire, y donde la crítica ha querido ver artificio, esfuerzo, exceso y el paroxismo del partidismo, no había sino la efusión libre y fácil de una personalidad. (Gautier)

Por su extravagancia voluntaria y provo­cativa, pero también por la factura magis­tral de toda su obra, Baudelaire ha ejercido una influencia notable; no le reprochemos sus locos imitadores: es la suerte de todos los maestros. (Lanson)

Baudelaire ha pronunciado la palabra «con­fesionario del corazón» y esta palabra co­rresponde para él a una realidad. Su lucidez sobre el hombre es del género de la lucidez de Pascal, que hubiera visto en el poeta al más inteligente de los réprobos. (Thibaudet)

Cuanto más se penetra en el alma de Bau­delaire, más se impone a nuestro espíritu la imagen de un hombre que está a punto de ahogarse y busca por todos lados el sal­vavidas a que agarrarse. (Du Bos)