Primera de las novelas que componen la trilogía de Las ciudades, del genial novelista español Pío Baroja (1872-1956). Es ésta una obra típicamente barojiana, al menos de uno de los aspectos más conocidos de Baroja. Se trata de la vida de un «hombre de acción» que, sacado de las intrigas cortesanas de una Roma eclesiástica, viene a caer en las intrigas de un pueblo de Zamora con la sana idea de la regeneración. Obvia decir que César fracasa en sus buenos propósitos. Y del mismo modo que en Roma, pese a su tío el cardenal, no encontró muchas más cosas que cierta intransigencia feroz, en España, pese a don Calixto, tropieza con las llamadas fuerzas-vivas, constituidas en hermético círculo contra toda perturbación de los eternos valores de los pueblos castellanos: el caciquismo, las fuerzas del clericalismo, el oscurantismo de las masas. Estos postulados hacen que César comience la acción con armas semejantes a las de sus enemigos, pero de signo contrario: el caciquismo anticlerical. Un atentado contra su vida, le aparta definitivamente de la política, donde la buena fe o el idealismo no caben.
Castro Duro (¿Zamora?) vuelve a su estado primitivo, se retroceden los pasos dados y la intransigencia con la aridez retornan a enseñoreares de él; la única libertad concedida es — como antes — cierta decorativa beligerancia que se da a un par de republicanos, inofensivo adorno en la rigurosa cerrazón del pueblo. Dado el carácter de la novela se comprenderá que abundan en ella las consideraciones en torno a nuestra patria, una vez más el problema de España antes de los hombres del 98. La crítica de Baroja a la política de su tiempo y a la situación del país no es, precisamente, hija del entusiasmo; por eso, como en tantas cosas de las que César toca, el fruto que se obtiene es el de pesimismo. Y, personalmente, las negras tintas con que todo se perfila a las miradas del protagonista, acaban por llevarle al escepticismo y a la negación de los valores tradicionalmente admitidos: la sociedad, el dinero, las creencias. Las dos partes de que consta la novela son fácilmente separables. En la primera abundan los rasgos que pudiéramos llamar externos: la historia familiar del protagonista, gustos e inclinaciones de César, la vida de un hotel. Como tantas veces Baroja aprovecha estas páginas para colocar ante nuestros ojos una rica galería de tipos de todas clases sociales. Es en esta primera parte donde abundan las divagaciones históricas, tomando a Roma como pretexto, y donde se encuentran bellísimas descripciones de la Ciudad Eterna. En la segunda, por el contrario, lo que hay es una teoría de lo que hubiera podido ser «la regeneración nacional» y un programa político que, en pequeño, César intentó llevar a la práctica en el cerrado ambiente de Castro Duro.
M. Alvar