Catequesis Magna de San Gregorio Magno

[Oratio catechetica magna]. Exposición razona­da del dogma católico para uso de los presbíteros de la Iglesia, escrita en 395 por Gre­gorio Magno obispo de Nisa (330 a 40-394). Pese a su brevedad, es éste el escrito más importante del docto teólogo, ya que nos presenta, sin las digresiones polémicas y las acostumbradas exposiciones biblicoexegéticas, las razones centrales de la doctrina cris­tiana en su conexión lógica y en su posible justificación frente a las objeciones de pa­ganos, hebreos y herejes. En el prefacio ha­ce notar que la catequesis debe adaptarse a la mentalidad de aquellos a quienes va diri­gida y disponer los argumentos de modo di­verso según se trate de convencer a un pa­gano, a un hebreo o a un hereje; para un pa­gano la argumentación más eficaz será la que estribe en analogías con la vida natu­ral, en deducciones lógicas, en comparacio­nes; con un hebreo, en cambio, será posible argumentar con apoyo del Antiguo Testa­mento, y con un hereje se podrán citar los libros del Nuevo Testamento, reconocidos por él como inspirados. En realidad, más que de la autoridad de la Biblia (v). Gregorio se vale de la argumentación lógicodeductiva. El tratado se polariza alrededor de tres gran­des temas: Dios, la Redención llevada a cabo por Jesucristo, la santificación median­te la acción del Bautismo y de la Eucaristía. Con respecto a Dios, enseña su unidad subs­tancial en la trinidad de las personas, la igualdad del Hijo con el Padre y la divini­dad del Espíritu Santo, recurriendo a la analogía de la «palabra» y del «aliento» hu­mano para hacer comprensible el misterio de la vida trinitaria.

La parte central, la más extensa, está dedicada al hecho de la Redención, a sus presupuestos en el hombre y en Dios y a sus efectos. El catequista se da cuenta de cómo aquí radican las mayo­res dificultades para el no creyente y en consecuencia para el que trata de convertirlo. Parte de la constatación del hecho que, mientras la naturaleza originaria del hom­bre estaba destinada a participar de los do­nes divinos, este orden luminoso quedó des­truido a causa del pecado, es decir del vo­luntario alejamiento del hombre de su Dios. Por consiguiente el pecado es el mal ver­dadero, por cuanto es falta de bien; la misma muerte no debe ser considerada como un mal. A la luz de estos principios puede refutarse la objeción más frecuente de los platónicos y de los herejes — según la cual, Dios, al hacerse hombre, habría hecho algo indigno de él — principalmente aplicando a la unión íntima entre la divinidad y la hu­manidad en Cristo lo que se admite de la naturaleza humana resultante del alma y el cuerpo. Como tampoco es cierto que la vida y la muerte de Jesucristo constituyan una cosa degradante para Dios, por cuanto los milagros de Jesús, la diferencia entre el nacer y el morir del hombre con respecto a Cristo y la profunda razón de la en­carnación, en fin, el amor misericordioso de Dios, son suficientes argumentos contra esta tesis. La objeción fundada en el largo tiempo esperado por Dios para realizar el proyecto de la Redención y aquella otra sobre el me­dio ignominioso de la muerte en cruz con que la ha realizado, son refutadas por Gre­gorio aduciendo la Providencia divina y la gloriosa victoria ganada sobre la muerte con la resurrección de Cristo.

En los Caps. 33-37, los sacramentos del Bautismo y de la Euca­ristía son luminosamente explicados en su sentido místico-carismático. El primero cons­tituye un segundo nacimiento espiritual que se realiza con la invocación del mismo Dios omnipotente que obra el milagro de la ge­neración terrena. La triple inmersión en el agua bautismal según el rito antiguo, sim­boliza el místico morir al pecado y el corresucitar con Cristo. Y como el fuego es también una fuerza purificadora, los que no están bautizados deben ser purificados me­diante el fuego, con miras a la reintegra­ción universal del orden divino («apocatástasis»). La Eucaristía está destinada a conservar y a consolidar esta vida nueva, manteniéndola unida al cuerpo místico que es Cristo, sobreviviente en la Iglesia. La conclusión es una nueva llamada a la ne­cesidad de la Fe en Dios Uno y Trino como condición de la vida nueva, como también una advertencia a realizar una renovación ética interior a fin de que resulte plena­mente fecundo el renacimiento obrado por el Sacramento. La pequeña obra presenta así con viva concreción la síntesis de dogma cristiano y de pensamiento metafísico grie­go que es producto permanente de la pa­trística en su plurisecular discusión con la filosofía helenísticorromana. Hay en ella, pues, además del valor histórico, como un momento peculiar del desarrollo dogmático, y más especialmente de la patrística griega con respecto a la latina, un valor literario y doctrinal permanente para quien quiera hacerse con los motivos centrales del Cris­tianismo en su conexión orgánica.

M. Bendiscioli