[Lettres sur l’Italie]. Obra del escritor francés Charles-Marguerite Mercier Dupaty (1744-1788), animador del movimiento reformador de la legislación penal, abogado general y más tarde presidente del parlamento de Burdeos. Estas 116 cartas, escritas en 1785 con ocasión de un viaje a Italia, se diferencian de los acostumbrados libros de viajes por su estilo vivo y nervioso, por la rapidez de la expresión y por el interés con que son observados hombres y cosas. Después de algunas impresiones sobre Avignon, Vaucluse, Toulon, Niza y Monaco, el autor traza, en una serie de cartas, un cuadro de la Génova de la época: ciudad mercantil donde el dinero es el árbitro supremo, donde la opulencia se aúna con la miseria; hormigueante de sacerdotes y de frailes, oficiantes de la superstición más que de la fe; donde la justicia está administrada con ligereza, mientras el «chichisbeísmo» pone en ridículo a uno y otro sexo. Pero el autor no olvida las obras de arte, sensible como es a la belleza que los artistas italianos han difundido por doquier. En Lucca y en Pisa le sorprende la indiferencia de los nobles y del pueblo por los asuntos públicos.
En cambio Florencia suscita toda su admiración, no sólo por sus bellezas naturales y artísticas, sino por la sabia administración del Gran Duque Leopoldo, que supo conquistarse el título de «padre de los pobres». Roma, naturalmente, agita el ánimo del visitante con la magnificencia de sus ruinas y la multitud de recuerdos que evoca en el observador meditativo, pero se ve obligado a reconocer que lo que tiene delante es sólo el cadáver de la antigua ciudad, y quienes la habitan, los gusanos que la devoran. Las páginas mejores, por más meditadas, son las que giran en torno al gobierno eclesiástico que, aun siendo absoluto, funda su autoridad no sobre la fuerza, sino sobre el prestigio y la fe, y en torno a los habitantes, entre los cuales admira especialmente a las mujeres y su belleza plástica, pero carente de luz interna. En Nápoles, última etapa, encuentra los recuerdos de Tiberio, tirano execrable, y de Virgilio, suave poeta. El autor visita la ciudad y los alrededores: el Vesubio, Salerno, Herculano, Pompeya, Pesto. En todas partes la impresión está integrada por consideraciones sobre las costumbres, las instituciones políticas y, sobre todo, la administración de la justicia en la que el autor estaba especialmente interesado. El conjunto del epistolario revela al hombre del XVIII francés, empapado de la filosofía de Rousseau, generoso y humanitario, defensor de la libertad y de la dignidad del hombre contra toda opresión y superstición.
D. Zerború