Cartas del Caballero de la Tenaza, Francisco de Quevedo

Donde se hallan muchos y saluda­bles consejos para guardar la mosca y gas­tar la prosa. Opúsculo satírico humorístico del gran autor español Francisco de Quevedo (1580-1645), escrito hacia 1600 con el título de El Caballero de la Tenaza, y que circuló manuscrito hasta 1627, en que fue impreso. En 1629, cuando Quevedo revisó sus’ escritos juveniles, reuniéndolos bajo el título de Juguetes de la niñez y trave­suras del ingenio, recibió la forma definitiva con la que ha llegado hasta nosotros. El éxito de la obra fue considerable. Se tra­dujo a diversas lenguas, fue imitada por di­versos autores de la época (Jacinto Polo de Medina, etc.), el mismo Quevedo se sir­vió de ella en diversas ocasiones e incluso llegó a ser conocido en la corte con el nom­bre de «Caballero de la Tenaza». Todavía hoy estas cartas conservan la gracia ten­sa de su estilo y la finura intelectual de su humor caricaturesco.

Se inician con una dedicatoria «A los de la guarda»: «Habiendo considerado con discreta miseria la sonsaca que corre, me ha parecido advertir a los descuidados de bolsa para que, leyendo mis escritos, restriñan las faltriqueras y que pro­curen antes merecer el nombre de guardia­nes que el de datarios, y el dar sea en las mujeres, y no a las mujeres, para que así merezcan el nombre de cofrades de la Te­naza de Nihildemus o Nequedemus, que has­ta ahora se decía Nicodemus por el poco conocimiento desta materia»; de ahí que su abogado deba ser «el ángel de la Guarda, que con razón se llaman días de guardar los días que son de fiesta, y todos son de fiesta para guardar». Siguen, después, un «Ejercicio cotidiano que ha de hacer todo caballero para salvar su dinero a la hora de la daca», una «Triaca de embestimientos masculinos» y, finalmente, el corpus propia­mente dicho de la obra: veintidós cartas del Caballero de la Tenaza (excepto la IX, que es de la «atenazadora») a sus amigas, que desde diversos ángulos no dejan de pedirle dinero, y a las que invariablemente con­testa que «yo, señora, me hallo tan bien con mi dinero, que no sé por dónde ni cómo echarle de mí».. La obra es de un desenfadado cinismo, de una realización estilística densa y contenida, de múltiples reflejos creadores, y el chiste, ya intrascen­dente, ya trascendente, salta en la esquina de cada palabra.